25 mayo 2005

Ala de mariposa

Hace ya tiempo, en el duermevela anterior al despertar de la luz, me acosaba la desazón del mal sabor de boca y la necesidad de dejar el tabaco.
Dejado hace años de forma definitiva, no corro el peligro de perpetrar sonetos contra ese enemigo íntimo, pero hay temporadas en las que despierto con la incomodidad de no haber anotado durante la noche las mejores imágenes con la mejor sintaxis, las palabras que se nos habían posado en la mano y no nos han dejado más que la forma de su huida, como la mariposa de Juan Ramón, polvo de sus alas en los dedos, como la luz usada en Gil de Biedma.
Otra vez, recurrente, la imagen de la mariposa y su vuelo quebrado, inaprensible.
No recordamos aquellas palabras, pero sí una perfección que ya sólo existe como olvido, persiste como pérdida y nos deja un hueco parecido a la tristeza.
En esa frontera dudosa de sueño y duermevela que exploró Machado, está una de las minas fundamentales de la literatura.
En esa luz no usada habita el penúltimo misterio de la creación.