20 mayo 2005

Chateaubriand a las finas hierbas

Con perplejidad moral, sin sorpresa estética, leo un artículo de Luis Alberto de Cuenca sobre Chateaubriand, esa momia reaccionaria e insufrible, esa negación de las luces que el pensamiento neocon ha convertido en la madre de toda verdadera literatura y de toda ideología políticamente correcta.
Con perplejidad moral, digo, porque sólo con el desparpajo propio de aquellos versallescos personajes de Las amistades peligrosas se puede reinvindicar “el meritorio Dictamen sobre las Humanidades de la gran Esperanza Aguirre.”
Supongo que se refiere a la admiradora incondicional de la gran pintora Sara Mago y a aquel dictamen que se reclamaba –aunque de modo vergonzante y secreto- heredero natural de la historiografía imperial del nacionalcatolicismo más vomitivo y falsificador de las esencias patrias.

Bien se nota que algunos saben latín. Y no ignoran que la literatura, como decía Azorín, está en el adjetivo. Y en su práctica.