23 mayo 2005

Saudade sin fronteras


Hay palabras que no necesitan pasaporte para atravesar con facilidad las fronteras. Saudade es una de esas palabras que no usan salvoconducto y viven en la frontera ambigua que comparten la razón y los sentimientos.
Lejanamente emparentado en su etimología con el término castellano Soledad (áspero y duro en su acento agudo) Saudade es una palabra mucho más suave, más rica, más cargada de significado que la española.
Porque las palabras no son el poso del que proceden, como creen algunos filólogos miopes instalados en la tiniebla polvorienta del positivismo decimonónico. (Qué calentitos en esos braseros, ¿eh?, con las viseras y los manguitos puestos, con la tristeza del empleado y sin mirar el mundo.)
Las palabras están vivas, se cargan de historia, de literatura, de vivencias personales para llegarnos llenas de asociaciones, de connotaciones.
Sobre la soledad puede caer a plomo el sol de los secarrales castellanos o de las cimas de Gredos en las que se empingorotaba Unamuno con aquella cresta como de granito.
Sobre la saudade, no. Sobre la saudade siempre llueve dulcemente como en las tardes de abril esa lluvia lenta y templada que persiste en la noche extranjera de la que se alimenta la memoria y la literatura.