08 septiembre 2005

Cernuda, de viva voz

Me acompañan con cierta frecuencia las grabaciones de poemas que hizo Luis Cernuda en México a comienzos de los sesenta.
Si leer a Cernuda es siempre una experiencia recomendable, oír esos veinte textos en su voz mortal es además especialmente impresionante.
Lecturas hechas con escasos medios técnicos, con rudimentarias grabadoras, pero llenas de matices que iluminan los poemas, y con esa respiración tan inglesa, tan difícil de seguir para los no iniciados o para quienes tienen el oído acostumbrado a ritmos cascabeleros.
Pero impresionan sobre todo las huellas sonoras que se han colado de rondón en esas grabaciones: los bocinazos de la calle Tres cruces y las voces de los niños de Paloma Altolaguirre, que tenía a Cernuda recogido en su casa.
A uno de esos niños, a Manuel Ulacia, el más flacucho, le dedicó Luis Cernuda su Animula, vagula, blandula en Desolación de la quimera.
Era sólo una excusa. Como todos los poetas, cuando hablaba de aquel niño, reconocía su infancia y hablaba de sí mismo