17 septiembre 2005

Condiscípulos

En 1911, en París, Antonio Machado, becado por la Junta de Ampliación de Estudios, acude a unas conferencias que da Bergson, el filósofo que tanto influiría en su obra posterior.
Entre los discentes que compartían aquellos pupitres con el sevillano afincado en Soria, un joven aristócrata norteamericano, de San Louis, Missouri, que abriría, como Machado en España, caminos nuevos y decisivos en la poesía y en la crítica contemporáneas, T. S. Eliot.
Tendremos que creerlo, no sin esfuerzo. Aunque leyendo a uno tan siglo XIX, y a otro tan contemporáneo uno entiende de golpe la teoría del big-bang y empieza a creer a pies juntillas en el túnel del tiempo.
No estoy comparando calidades, no hace falta. Hablo de algo más preciso: dando por hecho que ambos son decisivos en la modernización poética, podemos hacernos idea de la distancia de décadas que separaba la poesía europea de la española.

Y la crítica. Cuando Eliot publicaba El bosque dorado en 1920, aquí campaban los hijos de don Marcelino, los Cotarelos, los Cejador, y la crítica literaria más avanzada era la de Azorín.