09 octubre 2005

Ofidia

Avalado, cómo no, con un premio, el José Hierro de San Sebastián de los Reyes, me llega con una de esas dedicatorias cariñosas tan de Ramírez Lozano, su Ofidia. No los he contado, pero deben de andar ya cerca de los cuarenta libros, de las cuarenta dedicatorias.
En sus últimos libros de poesía va creciendo la sombra. En este la reflexión y la angustia centran una crisis de creatividad en conflicto con la palabra y con el tiempo: "temiendo que los dioses/te nieguen la celeste/virtud de la escritura."
Final y felizmente, en esa misma palabra está la salvación del poeta y del libro.
Una palabra encauzada en el límite del heptasílabo, que merece un largo excurso de Joaquín Benito de Lucas acerca del tono de endecha de ese metro.
Lo que él quiera. Con eso, como con todo, se puede hacer literatura.
Pero Ramírez Lozano y sus lectores sabemos que el aire de sus versos es el aire largo del alejandrino. Y que sus heptasílabos tienen menos que ver con Guillén Peraza que con las exigencias de un mínimo de versos en las convocatorias de premios.
Por una de esas casualidades que se producen en este oficio, uno de los textos del libro se titula Mujer de Lot. El día anterior terminaba yo un poema sobre el Angelus novus de Paul Klee, que tiene como eje a ese personaje femenino anónimo, inolvidable del Génesis.