17 junio 2006

Cuadernos escolares

Me envía Justo Vila los doce Cuadernos escolares que ha editado la Biblioteca de Extremadura. Son una antología del conjunto de más de doscientos cuadernos que han integrado la base de una exposición que acaba de clausurarse en Badajoz.
Lo que es hoy una brillante y sorprendente realidad arrancó de una idea de Antonio Gómez, de un proyecto que desde 1998 fue creciendo hasta completar una colección de cuadernos, tan libres, tan variados, tan distintos entre sí como quienes dedicaron unas horas a caligrafiarlos o a recortar y pegar en ellos sus ideas o sus imaginaciones.
Esos cuadernos ya forman parte de los fondos de la Biblioteca de Extremadura y son una asombrosa muestra de distintas tendencias estéticas, una convivencia armónica de poesía visual y de la otra, de pintura y collage, de sonetos y haikus. Esa heterogeneidad es el resultado de la amplitud de perspectivas, de la diversidad estética y geográfica de los autores, no solo regionales ni nacionales, de los dispares resultados artísticos.
Y quizá sorprende más esa diversidad porque todos esos textos y dibujos vienen envueltos en un soporte aparentemente uniformador, aquellos viejos cuadernos escolares que llevaban dibujos de animales en la portada y tablas de multiplicar en la contraportada.
En un cuaderno independiente, el catálogo va precedido de un estudio preliminar de Francisco López Blanco. Este es el único de los cuadernos que no tiene un formato escolar y no es un ejercicio de caligrafía, pero sí de inteligencia y de buen estilo en la presentación del proyecto y sus resultados.
Hay aquí, y eso quizá sea lo mejor, de todo: borradores silvestres y ejercicios de caligrafía meticulosa, talento e ingenio en distintos grados, ocurrencias del momento o pruebas de artista, maquetas de revistas y desintegraciones.
Y hay también base y materia para reflexionar sobre la fugacidad de los cuadernos y de sus autores. Algunos de los que están en los cuadernos ya no están aquí porque han muerto en estos pocos años. Son demasiados muertos y algunos, como Dulce Chacón o Antonio Covarsí, demasiado sorprendentes, demasiado prematuros.

P.S.: Pero no vamos a cerrar así, con las presencias de los ya ausentes. Explico otras ausencias. Me cuentan que a uno que ejerció una vez de crítico literario con Campmany (q.e.p.d.) le encargaron un cuaderno y está todavía en la primera página, con la lengua en la comisura y escribiendo a lápiz chupado. Como se le cae la baba, aquello es la tela de Penélope.
Ahora se ha dejado gafas, pero la cara de bobo no se le quita. Y la mala hostia tampoco. El otro día casi le zumban en la calle. Por tener tanto dolor de España, aunque seguro que duele menos que un buen capón.
No. No es Rajoy, que ese tiene gafas desde hace mucho.