13 junio 2006

Poesía en la dehesa

Oía la otra noche en La estación azul, el programa de Radio 3, a una poetisa divina, enfadada, como siempre. Esta vez porque esto de la poesía le parecía a la diosa que se estaba poniendo municipal y espeso y cualquiera accedía ya al fuego de los dioses.
La poesía -decía- es ahora una dehesa boyal en la que pasta demasiada gente que no posee el divino fuego del estro.
Ella sabrá a qué viene tan rural imagen de la poesía, aunque conocer el terreno que pisa cada uno, saber su ubicación en el mundo, es signo de sabiduría.

Pero la imagen encubría una descalificación: la que subrayaba la diva cuando insistía en el adjetivo boyal. Y cuando lo repetía irónica, como quien hace un descubrimiento definitivo.

Porteras del Parnaso, acomodadores de la gloria literaria, apretadores de cazuela en este teatro de vanidades, los ha habido siempre. Y gente que se ha colado sin entrada. Como un admirado poeta suyo, uno de esos hongos nacidos a la sombra de los grandes del 27. En las dehesas también hay poetas con cara de hongo saprofito. Sus escasos cinco gramos de peso neto escurrido los ha colocado el tiempo en su sitio. En el olvido.

La imagen llevaba también una trampa: la poetisa debería saber, porque nació en tierra de toros y dehesas, que la misión de sacar a los que sobran en la dehesa boyal de la poesía se encomienda habitualmente a los cabestros.

Sépalo y se aplique. Y proceda. Y cierre por fuera la cancela. Cuanto antes, Maga.