25 febrero 2009

Julio Cortázar en Punto de Lectura



Punto de lectura se suma a la conmemoración de la muerte de Julio Cortázar añadiendo a sus abundantes ediciones de bolsillo de las obras del argentino dos nuevos títulos.

Son dos colecciones de cuentos -Final del juego (1956) y Queremos tanto a Glenda (1980)- separadas por un cuarto de siglo. Es el Cortázar anterior y posterior a Rayuela, el más sorprendente, variado o provocador y el narrador maduro dueño de un mundo y una voz que no se confunde con otros mundos ni otras voces.

Entre el relato inicial -Continuidad de los parques- y el que cierra el volumen -Final del juego- y le da título, la primera de esas colecciones está marcada por una peculiar indagación en lo fantástico y contiene, además de los citados, algunos cuentos imprescindibles en la obra de Cortázar y en la historia del género: No se culpe a nadie o La noche boca arriba son ejemplos canónicos del cuento contemporáneo heredero de Poe. La línea imprecisa que separa la realidad de la ficción, el sueño de la vigilia, el misterio que surge de lo trivial, la incursión de lo fantástico en lo cotidiano son algunas de sus claves.

Queremos tanto a Glenda es una muestra del Cortázar maduro, menos proclive a la sorpresa, pero dueño de un virtuosismo que aborda todos los registros y tonos. En su escritura, tan similar al swing jazzístico, la exigencia se proyecta en cuentos como Orientación de los gatos, ambiguo e inquietante o Anillo de Moebius, un relato que funciona como un mecanismo perfecto. La nostalgia, el tiempo, las relaciones humanas pesan más ya que lo fantástico en un conjunto que con su difícil facilidad estilística parece demostrar que el medio es el mensaje.

Y entre los dos libros, una línea secreta que los une en la creación de mundos posibles; en el descubrimiento de que estaban ahí, ocultos e inexplorados, invisibles e inquietantes, esperando que alguien los revelara; en la función del narrador y la distancia variable de su voz; en el planeamiento de finales que son la raíz del relato; en la configuración de los personajes y en el diseño del espacio y el tiempo.

En definitiva, en la escritura de unos cuentos que no se pueden contar con palabras distintas de las que usa Cortázar para construir unos textos en los que materia y forma se explican mutuamente y mutuamente se sostienen.