17 marzo 2009

Tres novedades de Minúscula






Minúscula sigue publicando nuevas entregas de los Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov. Acaba de aparecer La orilla izquierda, el segundo tomo de una serie de seis que no se había publicado íntegra en castellano. Con traducción de Ricardo San Vicente, reúne veinticinco relatos –casi todos de la década de los sesenta- que tienen como eje la vida de los prisioneros en los campos de trabajo estalinistas. El desierto blanco de Kolimá acaba transformándose en la memoria impresionada del lector en una imagen, metafórica o metonímica, de la realidad y la existencia degradada de los disidentes confinados en el extremo oriental de Siberia, la tierra de la muerte blanca. Shalámov pasó allí más de quince años de sufrimientos físicos y morales que pudo conjurar con la escritura intensa y liberadora de estos relatos breves, que tienen la sutileza elíptica de Chejov y la voluntad testimonial de los cuentos de Isaac Babel.

Se publica, como el primer tomo, en la serie Paisajes narrados, como la reciente Todos los caminos están abiertos, traducida por María Esperanza Romero y con posfacio de Roger Perret, una selección de los textos que Annemarie Schwarzenbach escribió mientras regresaba de un viaje por los Balcanes, Turquía, Persia y Afganistán. En aquel viaje, que empezó en junio de 1939, la acompañaba a bordo de un Ford su amiga la escritora suiza Ella Maillart. Entre las fronteras de los Balcanes y el canal de Suez, desde el monte Ararat a Kabul y sus mujeres sometidas, los paisajes orientales y las costumbres de sociedades exóticas en las que proyectó su compulsión evasiva aquella mujer a la que Thomas Mann definió como un ángel devastado. Eran dos en la carretera y no buscaban la aventura, sino un respiro. Contó aquel viaje con la distancia y la melancolía de quien regresa de una experiencia irrepetible.

En la colección de ensayo, Con vuelta de hoja, aparece un texto que Marina Tsvietáieva dedica a la memoria del poeta y pintor Maximilián Voloshin. Con traducción de Selma Ancira, Viva voz de vida es un homenaje a la amistad y a la literatura escrito desde el recuerdo, la evocación del amigo muerto el once de agosto de 1932 a las doce del mediodía, a su hora preferida del día y de la naturaleza, en el corazón del verano. Escribo y veo, dice la poeta. Y lo que ve cuando escribe es el pasado que vuelve en las conversaciones sobre literatura, la evocación del artista, el paisaje de Korketel, a orillas del mar Negro, donde murió Voloshin. El mismo lugar al que veintiún años antes había llegado Marina Tsvietáieva para encontrarse con él.