04 noviembre 2009

Así pudo mirar Cervantes


La última vez que me escribió el maestro Ayala fue hace dos años y medio para agradecerme este texto, que entonces era una celebración de sus cien años y ahora es una despedida ya sin tiempo.

Francisco Ayala. La mirada del siglo





(Fotografía de Enrique Cidoncha)

Esa luz que flota y no pesa, inconfundible y transparente, es la del otoño de Madrid. Los ojos del retratado son una metáfora explícita de la profundidad de la mirada y de la inteligencia. El fotógrafo mira por nosotros con el diafragma que detiene el tiempo.

Mediodía de un soleado 24 de octubre de 2005. En su casa de la calle de Orellana, la mirada de Francisco Ayala no es una mirada cansada, no es la mirada perdida en el extravío de los recuerdos que se amontonan en el cajón desordenado que suele ser la memoria de un siglo tan agitado como el XX. No hay desengaño en esos ojos que vieron tanta infamia. Son la viva expresión de la inteligencia, del humanismo que se sobrepone a todo. Así pudo mirar Cervantes.

Tuve la foto de Ayala a las pocas horas en el disco duro de mi ordenador. Me la mandaba para el blog la generosidad de Enrique Cidoncha, que algún tiempo después (ya recuperado del trance) me escribía:

En ese retrato, como en otros, opté por abrir todo lo posible el diafragma – hasta f1.4-. No por falta de luz. Buscaba una profundidad de campo escasa, que enfocara apenas la expresión de su mirada y apartara a un segundo término la cabeza, casi desnuda, que se protege con una boina para salir a pasear. Ayala tiene una mirada penetrante que me recuerda el paso de casi cien años de una vida muy intensa.

No hizo falta mucho más. La luz de la foto es la luz del personaje. La ponen a partes iguales los ojos de Ayala, la pericia admirativa del fotógrafo y la transparente luz velazqueña del otoño en Madrid. Y, como en Velázquez, lo más importante es lo que no se ve: el aire que envuelve al personaje y le recorta el noble contorno de la cabeza y le posa al lado el ángel de los sueños:

“A su lado – se lee en El boxeador y un ángel- captaba sueños el ángel compañero.”

Tiene el fotógrafo ahora la edad misma que tenía Ayala cuando escribió un cuento de encrucijada, Erika ante el invierno, su último cuento vanguardista, sombrío de presentimientos funestos.

Fija y para siempre son las últimas palabras de ese relato, las palabras que parecen anticipar proféticamente el sentido de esta mirada inolvidable.

Me acuerdo, mientras admiro la foto y al fotografiado, de las líneas finales de La vida por la opinión, el último relato de La cabeza del cordero: “Ahora, tras de cruzar el océano, lucía un saludable color tostado.”

Esa mirada portentosa que traspasa la página es de Ayala. Pero el ojo que nos la regala es el del fotógrafo, el de Enrique Cidoncha. Ya saben lo que dijo Machado:

El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas.
Es ojo porque te ve.

Con esa mirada nos mira no solo Francisco Ayala, sino la conciencia de un siglo.

(En Homenaje a Francisco Ayala. UBEx, 2006)