03 febrero 2010

Palabra e imagen de José Hierro


No, si yo no digo
que no estén bien en donde están:
más aseados y atendidos
que en el lugar en que nacieron,
donde vivieron tantos siglos.
Allí el tiempo los devoraba.
El sol, la lluvia, el viento, el hielo,

los hombres iban desgarrándoles
la piel, los músculos de piedra
y ofrendaban el esqueleto

―fustes, dovelas, capiteles―
al aire azul de la mañana.
Atormentados por los cardos,

heridos por las lagartijas,
cagados por los estorninos,
por las ovejas y las cabras
.

Así comienza uno de los más memorables poemas de José Hierro: Los claustros, de Cuaderno de Nueva York (1998). Es uno de los textos que forman parte de la antología videográfica Palabra e imagen.

Aparece en la Colección Literaria Universidad Popular, que dirigen Guadalupe Grande y Luz Pichel, y recoge en un libro dieciocho poemas leídos entre 1993 y 2001 por José Hierro en la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes que lleva su nombre.

Se trata - explican los editores- de los años en que José Hierro acababa de publicar Agenda y en los que Cuaderno de Nueva York estaba en proceso de escritura y culminación, años en los que el poeta se encontraba en estado de pleno resurgimiento tras un largo periodo de silencio, y durante los cuales, en no pocas ocasiones, ensayaba por primera vez la lectura de algunos de sus nuevos poemas. Los lectores podrán encontrar y reencontrar la poesía, la voz y la presencia de José Hierro en aquellos momentos en los que el autor retornaba a sus primeros poemas y se abismaba sobre los últimos, en el período de su más intensa madurez.

Al libro le acompaña un DVD que contiene las grabaciones de los poemas con la voz y la presencia imponente de Hierro, que muestra en las imágenes las huellas que dejaban en su cara las gafas del oxígeno que precisaba cada vez más.

Esas grabaciones de lecturas son un homenaje a la obra y la memoria de José Hierro, uno de los poetas fundamentales de los últimos cincuenta años: Un documento poético y visual - las palabras son otra vez de los editores de la antología- que da cuenta de la cercanía, de la alta humanidad y de la pudorosa y rotunda delicadeza con que José Hierro se convertía en intérprete de su propia poesía.

Pero son mucho más que eso. Quienes oímos los versos de Agenda o de Cuaderno de Nueva York alguna vez en la voz de Pepe Hierro celebramos no sólo su enorme valor documental, sino el valor añadido que adquieren estos textos en la presencia y la figura del poeta, que cerraba así Los claustros:

No, si yo no digo
que no estén mejor donde están

―en estos refugios asépticos―

que en las tabernas de sus pueblos,

ennegrecidos los pulmones
por el tabaco, suicidándose

con el porrón de vino tinto,
o con la copa de aguardiente,
oyendo coplas indecentes

en el tiempo de la vendimia,
rezando cuando la campana
tocaba a muerto.

No, si yo

no diré nunca que no estén

mucho mejor en donde están
que en donde estaban...

¡Estos claustros...!