02 marzo 2010

Las manzanas de Erasmo



Sin necesidad de buscar mucho, sin pasar de la primera página de Las manzanas de Erasmo, de José Antonio Ramírez Lozano (Algaida), se encuentra el lector con este párrafo:

En cuanto ocupaba su sitial en el coro, los ojos saurios del lectoral se posaban en él con el acecho del celo y el castigo de la evidencia. Pero Valerio de Sandoval, prefecto de liturgia y canónigo, el más reciente de esta santa catedral hispalense, no dormía. Era solo que el ventarrón del órgano lo arrebataba en su música sacándolo de sí, transportándolo más allá de las sombras, allá donde las sílabas alcanzan la lumbre sin tiempo de los verbos, ese infinitivo en el que vibra el presente y en el que nada y todo se confunden a la vez, diapasón de lo eterno.

Esas líneas no son una excepción. La incuestionable calidad de página que brilla en ellas se va confirmando en los 32 capítulos y en la Coda del libro.

Simón Viola destacó en sus Notas al margen la calidad de esta novela como "ficción en torno a una trama de intriga perfectamente armada." Y Francisco Ruiz de Pablos, en la reseña que publicaba en Sociedad digital, escribía que "por su fondo y por su forma, Las manzanas de Erasmo es, con diferencia, la mejor de las novelas que en España se han escrito sobre temática inquisitorial."

No lo dice cualquiera. Ruiz de Pablos es un experto inquisitólogo y brillante traductor de heterodoxos como aquel Antonio del Corro -huido a Londres y quemado en efigie en el quemadero de Tablada- al que se alude en las páginas de la novela.

En todo caso
esta obra es una demostración de que, pese a tanto subproducto como circula por ahí, la novela histórica es compatible con la altura de la prosa.

Lo demostró en Extramuros, una espléndida novela, Jesús Fernández Santos. Lo confirma Ramírez Lozano en Las manzanas de Erasmo, que están -por lo menos- en el mismo nivel de calidad.

Ya lo sabe Su Eminencia.