05 octubre 2010

Dos novedades de Minúscula



Fiel a la línea de calidad y excelencia editorial a que nos tiene acostumbrados, Minúscula abre la temporada con dos espléndidas novedades.

En la colección Alexanderplatz, La muerte del adversario, una novela que el más que centenario Hans Keilson publicó en 1959. Más de medio siglo después aparece en castellano con traducción de Carles Andreu este libro que fue saludado por Francine Prose en The New York Times como la obra maestra de un autor genial.

La empezó a escribir durante la Segunda Guerra Mundial, exiliado y oculto en Holanda, y la terminó tras una complicada peripecia que le sirvió para presentarla con la vieja técnica del manuscrito encontrado:

Los apuntes aquí publicados me los proporcionó un abogado holandés un tiempo después de la guerra en Ámsterdam. Según me contó, a él se los había entregado al cabo de unos dos años y medio del inicio de la guerra uno de sus clientes, un hombre de poco más de treinta años que había acudido a él para pedirle consejo acerca de una serie de anodinas cuestiones profesionales, como suele ser habitual en la práctica diaria de un abogado. Entre ambos no se había llegado a establecer una relación de confianza que pudiera explicar por qué este había decidido entregar a su asesor jurídico aquel legajo manuscrito antes de desaparecer durante un tiempo para ponerse en lugar seguro, no sin antes haberle asegurado que la posesión de dichos papeles no entrañaba peligro alguno y que podía guardarlos en cualquier sitio.

A partir de ese momento y a lo largo de trescientas páginas se desarrolla una novela intensa y profunda, una personal reflexión sobre el odio con la que se adelantó a su tiempo. Tal vez por eso, La muerte del adversario pasó casi desapercibida en 1959 en una Alemania que tenía demasiado frescas las heridas de la guerra para asumir la tesis de Hans Keilson -psiquiatra además de novelista- sobre los vínculos entre el verdugo y la víctima, sobre la identificación con el enemigo, sobre el miedo, la autodestrucción y la venganza en la Alemania de Hitler.

Con su muerte se ha llevado una parte de mi vida que ya no podré recuperar. Y un grano de su muerte ha plantado su consternada semilla en mi interior, dicen las últimas líneas de una narración absorbente que se lee de un tirón.

Muy distinta en tono, en propósito y en el mundo narrado es Un año de escuela en Trieste, de Giani Stuparich, del que hace dos años apareció en esta misma editorial La isla.

Un año de escuela en Trieste es una novela corta que aparece en la colección Paisajes narrados traducido por Francesc Miravitlles. El original, Un anno di scuola, formaba parte de un volumen de relatos que se publicó en 1929.

Protagonizada por Edda Marty, una adolescente decidida, excéntrica y rebelde, es una novela sobre los ritos de paso, sobre la entrada en el mundo adulto y el conocimiento del amor y la muerte.

Se inicia cuando la muchacha ingresa en el instituto masculino el año anterior a su entrada en la universidad:

Al otro lado de aquella puerta Edda Marty luchaba con el tema de latín. Edda Marty era osada: era la primera mujer que intentaba hacerse con una plaza en aquel instituto masculino. Examinarse de ocho asignaturas, responder por cinco años de griego y siete de latín, no era ninguna broma.

¿Superaría las pruebas? ¿Sería compañera suya de clase? Aquellos chicos habían oído decir cosas admirables de su inteligencia; pero de ellos solo uno la conocía un poco mejor, los demás la habían visto por primera vez aquella mañana cuando iba por el pasillo acompañada de dos profesores y entraba en aquella aula.