22 febrero 2011

Antonio Colinas. Obra poética completa


En casi mil páginas y dieciséis libros recoge Antonio Colinas más de cuarenta años de poesía. Es su Obra poética completa (1967-2010), que acaba de publicar en un cuidado volumen Siruela con un prólogo del autor (Un círculo que se cierra, un círculo que se abre).

El lector tiene en esta Obra poética completa el resumen de una vida dedicada a la poesía y de una obra que forma parte ineludible del canon poético español de los últimos cincuenta años.

Por encima de su evolución del culturalismo a la meditación, la obra de Antonio Colinas se apoya en una unidad de concepción en la que la poesía –suma de intensidad emocional, de hondo conocimiento y elaboración verbal- es un medio para sentir, interpretar y valorar la realidad y nuestra propia experiencia humana. Pero no sólo esa realidad aparente que los ojos ven, sino la que yo he llamado en otros momentos una realidad transcendida o trascendente.

Descendiente de Orfeo y heredero del primer inspirado de la literatura -aquel pastor antiguo que cantó por primera vez en la Teogonía de Hesiodo-, Antonio Colinas nos ha ido dejando en Sepulcro en Tarquinia, Noche más allá de la noche, Libro de la mansedumbre o Desiertos de la luz algunos de los textos más memorables de la poesía española del siglo XX.

Esta edición incorpora, además de una bibliografía esencial sobre su obra, dos libros inéditos: La viña salvaje, escrito en su etapa italiana y coetáneo del celebrado Sepulcro en Tarquinia, y El laberinto invisible, que incluye sus últimos poemas.

Entre ellos este, que da título al libro:

Para el que sabe ver
siempre habrá al final del laberinto

de la vida
una puerta de oro.

Si la atraviesas hallarás un patio
con musgo, empedrado,
y en él dos cedros opulentos con
sus pájaros dormidos.

(No encontrarás ya aquí la música de Orfeo,
sino sólo silencio.)
Cruza el patio, verás luego otra puerta.
Ábrela.

Ya dentro, en la penumbra,

verás un muro

y, en él, unas palabras muy borrosas

de cuya sencillez brota una luz

que, lenta, pasa a ti y te devuelve

al fin la libertad, la plenitud de ser:
“Sean siempre alabadas
las palabras dulcísimas

que sanan: paz y bien”.

Después, ya en soledad profunda,
verás que te hallas frente a otra puerta
que aún no puedes abrir,
porque no es el momento:

la que quizá te lleve a otro laberinto,
al laberinto último, invisible.
¿De él habrá salida?

(Sólo queda esperar,

esperar al amparo seguro
de esas letras borrosas

que sanan.)