31 marzo 2011

Los enamoramientos


— Pero qué porquería de edición es esta —oí que mascullaba el Profesor Rico sacando un volumen de un estante, había estado miroteando los libros como si en la habitación no hubiera nadie. Vi que era una edición del Quijote que cogía con las puntas de los dedos, como si le diera grima—. Cómo se puede tener esta edición, existiendo la mía. Es pura necedad intuitiva, no hay método ni ciencia en ella, y ni siquiera es ocurrente, copia mucho. Y encima en casa de una profesora universitaria, para mayor inri, si mal no he entendido. Así anda la Universidad madrileña —añadió mirando con reprobación a Luisa.

Ella se echó a reír de buena gana. Pese a ser la destinataria de la reprimenda, la salida de tono le había hecho gracia. Díaz-Varela se rió también, quizá por mimetismo o por coba —para él no podía haber sorpresa en la impertinencia de Rico ni en las confianzas que se tomaba—, e intentó tirarle de la lengua, posiblemente para ver si se reía más Luisa y se arrancaba de su momento sombrío. Pero pareció espontáneo. Resultaba encantador y fingir se le daba, si fingía.

—Bueno, no me dirás que el encargado de esa edición no es una autoridad respetada, bastante más que tú en algunos círculos —le dijo a Rico.

—Bah, respetada por los ignorantes y los eunucos, que en este país casi ni caben, y en los Círculos de la Amistad de los pueblos más tirados y más holgazanes —respondió el Profesor. Abrió el volumen por una página al azar, le echó una ojeada displicente y rápida y clavó el índice en un renglón, como impulsado por un mazazo—. Aquí ya hay un error de bulto. —A continuación lo cerró como si no hubiera más que mirar—. Se lo restregaré en un artículo. —Levantó la vista con aire triunfal, sonrió de oreja a oreja (una sonrisa enorme, se la permitía su boca flexible) y añadió—: Y además, me tiene envidia.


Es uno de los muchos momentos memorables de Los enamoramientos, la nueva novela de Javier Marías que publica Alfaguara y que estará en las librerías el 6 de abril.

Entre un comienzo característico de sus novelas

La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra. Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en un muerto, si es que no lo era ya para su propia conciencia ausente que nunca volvió a presentarse: lo último de lo que se debió de dar cuenta fue de que lo acuchillaban por confusión y sin causa, es decir, imbécilmente, y además una y otra vez, sin salvación, no una sola, con voluntad de suprimirlo del mundo y echarlo sin dilación de la tierra, allí y entonces. Tarde para qué, me pregunto. La verdad es que lo ignoro. Es sólo que cuando alguien muere, pensamos que ya se ha hecho tarde para cualquier cosa, para todo —más aún para esperarlo—, y nos limitamos a darlo de baja.)

y este final, rematado en enero de 2011:

Y seguí pensando, mientras le daba la espalda y se alejaban ya de él para siempre mis pasos y mi bulto y mi sombra: 'Sí, no pasa nada por reconocérmelo. Al fin y al cabo nadie me va a juzgar, ni hay testigos de mis pensamientos. Es verdad que cuando nos atrapa la tela de araña —entre el primer azar y el segundo— fantaseamos sin límites y a la vez nos conformamos con cualquier migaja, con oírlo a él —como a ese tiempo entre azares, es lo mismo—, con olerlo, con vislumbrarlo, con presentirlo, con que aún esté en nuestro horizonte y no haya desaparecido del todo, con que aún no se vea a lo lejos la polvareda de sus pies que van huyendo'.)

Los enamoramientos
suponen una nueva invitación al asombro y al placer de la lectura, una tela de araña que envuelve al lector a lo largo de casi cuatrocientas páginas que se leen sin tregua.

Porque no hay tregua en la magistral sucesión de datos e incertidumbres, en la astuta dosificación del ritmo narrativo imparable que impone la voz femenina de la narradora, María Dolz, que trabaja en una editorial y lee el mundo con una mirada meticulosa e inteligente.


Los enamoramientos,
que será uno de los libros del año, es una nueva incursión de Javier Marías en el carácter opaco de la realidad, una insistencia en el tema de la culpa, el azar y la muerte, una novela de calidad tan alta como previsible. Y una fiesta inolvidable para el lector, que no debería perdérsela. La cita, ya lo dije antes, el 6 de abril.