26 abril 2011

Centenario de Juan Bernier



Un día como hoy, 26 de abril de 1940, anotaba Juan Bernier en su Diario:

Gozo como nunca de esta primavera resucitada, después de tres años de campos de guerra. Apenas leo más libro que las páginas verdes y brillantes de la naturaleza. Solo por las plantas y flores, con un "Deseo pagano" que sale de mi pluma, y lo dejo en el "Álbum" de don Carlos, el melómano, para sorpresa de sus visitas.
Otros días juego al ajedrez bajo la bóveda conventual de Gambrinus, sede social de chavalería, desocupados y vagos. Aquí mi observación disfruta con un ambiente complicado y morboso.

Ese poema (Deseo pagano) al que se refería en su destierro de Puente Genil abriría ocho años después Aquí en la tierra, el primer libro de poesía de Juan Bernier.

Con motivo del centenario de Juan Bernier (1911-1989), Pre-Textos acaba de publicar dos volúmenes que recogen la obra de quien fue el mayor de los amigos que fundaron Cántico en 1947: el Diario (1918-1947) -que aparece íntegro por primera vez en una edición cuidada y prologada por Juan Antonio Bernier, sobrino-nieto del poeta y poeta él también- y la Poesía completa, con prólogo y edición de Daniel García Florindo, un volumen que recoge sus cuatro libros de poesía.

Al primero de ellos, ya se ha dicho, pertenece este Deseo pagano, que dedicó a Vicente Aleixandre y que contiene en germen algunas de las claves temáticas y existenciales - el hedonismo, la exaltación del cuerpo, la añoranza de una mítica Edad de Oro- de la poesía de Bernier:

Dioses innúmeros perdidos en los campos
entre hierba y mirto, paciendo los sonidos de los vientos suaves.

Inmóviles escuchas de la tarde,
puros dioses de mármol sobre el verde,

marfil amarillento a los rayos del ocaso,
dioses azules en las sombras casi, más tarde fundidos en la noche.


Yo os invoco: que mi voz resucite vuestros restos deshechos,
vuestros torsos desnudos que se bañan en las lágrimas húmedas y soñolientas de los prados. ¡Oh dioses sin problemas, domésticos, sin ansias de infinito!
Mi mente ensombrecida tiene sed

de mármol

de blancura

de línea.


Veinte siglos columnas de desprecio, trémulos de blasfemias
sobre vuestros rostros, espejos de horizontes,
(¡oh Juliano!) han sido los caminos del mundo,
y os sepultasteis en la tierra

y habéis sentido los pasos del zagal y del arado
rozando vuestros miembros.

Y las vírgenes vistieron su marfil de la yedra brillante de los sotos

huyentes como Sabinas a las rústicas manos,

escondidas, silenciosas de sol.
¡Sacras vestales, encubrid vuestra vergüenza!

Que veinte siglos no han sabido gustar la vida de vuestros ojos inmensos
ni comprender los pechos bronceados, triunfantes como el color de los trigos,

y se han perdido en el laberinto de las ansias inacabadas,
de las pretensiones insatisfechas.


Lejos de la flauta y la sonrisa de Pan

que hacía danzar los cuerpos
como la brisa las palmas sobre el azul,
lejos del rabel
y la mirada de Narciso,

que hacía vibrar la belleza
en el ritmo de su propia contemplación,
lejos, muy lejos dela cítara lánguida,
consagradora de las noches,
sacerdotisa de las satisfacciones.

¡Oh siglos, volved!
¡Volved, pues os esperan los dioses,
los dioses del amor y la alegría
del sol, la luz, las fuentes y los prados,
los dioses vivos de la carne y los deseos!