16 febrero 2012

Ramírez Lozano, con un par



No es la primera vez, y espero que no sea la última, que me llegan a la vez dos libros de José Antonio Ramírez Lozano.

Rosas profanas (Adonáis. Rialp) y Las islas malabares (Luna de poniente. De la luna libros) son dos libros parecidos en algunas características superficiales, pero muy diferentes en su fondo, en su ambición y en su alcance.

En algunos de los textos de esos libros Ramírez Lozano vuelve a visitar a personajes, ambientes y situaciones que ya habían aparecido en sus primeras obras, pero lo hace con otra mirada, algo más sombría.

Y en todo caso, vuelve a un lugar y a unas criaturas que son indiscutiblemente suyas. Lo explica en Paraíso, de su reciente Las islas malabares:

Me encanta saquearme la palabra
con la palabra misma.
Mirarme en lo que dije en otros versos
cuando aún eran míos
y ahora con la edad pedirle cuentas
al tiempo que no tengo
con las palabras mismas con que un día
canté lo que he perdido.

Entro y salgo, ya veis, de aquel jardín
a robarme la fruta cada vez
que escribo un verso que ya estaba escrito.

Dios, sin duda, muchachos, se olvidó
de cortarnos la lengua –ya lo dije-
cuando nos expulsó del Paraíso.

Ese tono divertido, ligero y paródico es el que predomina en Las islas malabares, mientras que en Rosas profanas aparece un Ramírez Lozano más profundo y ambicioso que funde distintos registros lingüísticos que van del Barroco al Modernismo y de la poesía del grupo Cántico al desarraigo de Blas de Otero y al esperpento en una voz personal que integra diversos tonos que conjugan lo serio y lo jocoso con una variedad métrica en la que el predominante verso largo, de respiración narrativa, deja paso al verso corto neopopularista que ya ejecutó con brillantez en Agua de Sevilla.

Los dos libros son la cara y la cruz de ese doblón de oro que es la poesía de Ramírez Lozano, capaz de fundir tonos tan variados y de tan distinto alcance: la broma y la ocurrencia con una reflexión ascética que viene de Mañara y de la Canina que procesiona los ventosos, destemplados sábados santos y el guiño o el destello de la imaginería sevillana.

Y es que un ángel barroco y fieramente humano sobrevuela los versos, cada vez más suavemente elegiacos, de Ramírez Lozano.