20 febrero 2012

Riesgos y sorpresas de Rey Lear



Al lector atento no le puede extrañar a estas alturas que Rey Lear acumule en su catálogo riesgos y sorpresas como los dos volúmenes que acaban de llegar a las librerías: la reedición del Cantar de Valtario, en la versión con la que Luis Alberto de Cuenca obtuvo en 1987 el Premio Nacional de Traducción, y Tres historias en torno a Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, traducidas por Susana Carral.

Cuesta trabajo imaginar dos títulos más dispares, separados no sólo por mil años y por la distancia que separa los campos de batalla de los campos de golf, sino por una abismal diferencia de intenciones, de tonalidad y de concepción del mundo, aunque unidos por una calidad que está fuera del tiempo y de las circunstancias.

Todo es tiniebla en torno al Cantar de Valtario, un poema latino del siglo X que une al anacronismo monacal de utilizar en sus mil quinientos versos el hexámetro virgiliano mil años después de la Eneida, el no menos asombroso anacronismo de oír, aunque deteriorado por los usos de la clerecía, a un bárbaro hablando el latín matizado de Cicerón o el latín refinado de Horacio.

En esa niebla medieval está también el mejor efecto y la mayor virtud de un relato en el que la magia y la irrealidad se imponen a la fidelidad histórica de la crónica. Lo que importa en el Cantar de Valtario es lo que tiene de literatura en estado puro, de invención y de aventura, de gusto de contar por contar –como señala el traductor en el prólogo- que lo sostienen como uno de los grandes poemas medievales.

A esas cualidades del texto se les une la traducción de Luis Alberto de Cuenca, por lo que la palabra del monje Ekkehard, aquel oscuro benedictino que caligrafió el pergamino en la Abadía de San Gall, nos llega actualizada, casi como el texto de una novela gráfica posmoderna o como el guión de una película de aventuras medievales, de hijos de reyes y secuestros, de tesoros y tributos, de decapitaciones y pócimas milagrosas.

Sueños de invierno, Dados, puño americano y guitarra y Lo más sensato son las Tres historias en torno a Gatsby que Francis Scott Fitzgerald escribió entre 1922 y 1924 como desahogo de su tormentosa relación con Zelda y como ensayo de El gran Gatsby, que publicaría al año siguiente.

Scott Fitzgerald publicó estos relatos en revistas de la época cuando ya había conseguido un nombre prestigioso con A este lado del Paraíso, una novela que tiene algo de manifiesto fundacional de aquella generación perdida experta en borracherías y otros vicios y en decadentismo a la americana.

La frivolidad, el amor, el alcohol y el jazz, la autobiografía y la sutileza conviven en estos relatos por los que las revistas de la época le pagaron con generosidad. Pero más allá de su carácter alimenticio, alguno como Dados, puño americano y guitarra puede figurar como uno de los mejores textos de Scott Fitzgerald, y en su conjunto son una preparación de la novela que estaba escribiendo ya; un ensayo que se centra en la descripción de ambientes y de situaciones y en el diseño de personajes que serán luego centrales en El gran Gatsby.

Dos libros, no hace falta insistir, muy dispares, que sin embargo acaban estableciendo un inesperado diálogo que los conecta para siempre en algún lugar de la memoria del lector, allí donde habita la buena literatura.