21 febrero 2012

Un libro que no necesita prólogo



Y lleva tres. Son los Recuerdos del tiempo viejo que escribió José Zorrilla con una curiosa hipálage, cuando el viejo era él, no el tiempo, naturalmente.

Un día como hoy, el 21 de febrero de 1817 nacía en Valladolid quien había de representar a la vez lo mejor y lo peor del Romanticismo español, su pasión y su altisonancia.

Otro febrero le lanzaría a la fama desde el cementerio de la puerta de Fuencarral, donde se daba sepultura a Larra. Era la tarde del 15 de febrero y Zorrilla declamaba estos versos ante el ataúd del suicida:

Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana;
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.

Y con ese episodio del entierro comienzan –es un decir- estos Recuerdos del tiempo viejo que publican Espasa y la Fundación Dos de mayo.

Digo “es un decir” porque -aunque Zorrilla le antepuso un texto que se titula Este libro no necesita prólogo- esta edición lleva tres: uno de Esperanza Aguirre, otro de Fernando García de Cortázar y otro de Eduardo Torrilla.

En realidad no tres, sino cuatro, porque el texto de Zorrilla es exactamente un prólogo, el de la edición de 1880, que se anteponía a otros dos textos que están a medio camino entre lo epistolar y lo prologal.

Aun así, pese a esta media docena de preámbulos y preliminares, con esta reedición se recupera un texto esencial para entender la literatura y el teatro del siglo XIX en España.