24 mayo 2012

Presentación en Sevilla de Plaza de la palabra


Mañana a las siete y media de la tarde en la Casa del Libro de Sevilla, calle Velázquez, 8.
Intervienen el poeta José María Jurado y el autor, Santos Domínguez.


Dejo aquí estos textos de la antología, que publicaban ayer Concha Rodríguez de la Calle en Trianarts y José María Jurado en La columna toscana:

Ada sin ardor

Este bosque, este musgo, tu mano, esta mariquita
que se ha posado en mi pierna, todo esto no puede
  sernos arrebatado. ¿O puede? (Lo sería, lo fue)
                                                                              V. Nabokov
 La historia es conocida y sigue estremeciendo
como el viento inclemente de las estepas rusas
a las que pertenece.

Una muchacha aún siente
el latigazo dulce del placer en los muslos
y escribe largas cartas con la pluma encendida
del sol de los veranos, con la caligrafía
caliente del deseo,
con la sintaxis limpia y púber de la carne.

Con la efusión de cartas que no recibe nadie,
pues van a una remota dirección clausurada,
la pasión levantaba un puente de recuerdos,
alimentaba urgencias de bosques que caducan
por caminos de hierro y de barro muy negro
que hirieron de penumbra a ejércitos de bronce.

Cubierto por la nieve del tiempo y la distancia,
como aquellos soldados, se desplomó el deseo.
Sólo la imagen queda de aquella adolescente
que viviría en Moscú y sería desdichada.

Como aquella muchacha, con su flecha sin rumbo
y una rama marchita de olivo y esperanza,
seguimos encendiendo las hogueras azules
en las cumbres heladas de viento y desamparo.

Seguimos escribiendo, bajo un cielo de nieve,
en este duro oficio de aprender a morir,
con la decolorada tinta del desconsuelo,
cartas apasionadas que no recoge nadie
a un buzón cancelado en el sur de Crimea.

De Las provincias del frío. Algaida. Sevilla, 2006.


Flamencos en los caños

Y marchan solemnes en lo irreal.
 Rilke

Ajenos en su vuelo, altos, inaccesibles,
vienen de un equinoccio de sombra sin memoria,
de la desconocida latitud de los sueños
y arden en la frontera de la luz de levante
en esta orilla atlántica de salitre y marismas.

Absortos  en su vivo reflejo rosa y verde,
no cantan, sólo vuelan.
Viven en su silencio vertical y contemplan
las estrellas del agua, la luna llena, lo hondo.

Aprovechan las noches para ir de un continente
a otro, para perderse entre el aire y el agua.
Su mundo no es del reino de esta tierra.
Una insondable música, instintiva y secreta,
llegada de otro mundo, guía su vuelo callado.

Más lejanos que altos, vuelan indiferentes
en la noche calmada del planeta.
Vuelan en la armonía de su silencio rojo,
flechas hacia un naufragio
contra el oscuro fondo de la noche.

Hasta que al fin un día, cansados, desdeñosos,
se alejan de nosotros, se alejan de sí mismos
y dejan su reflejo
en el recuerdo rojo de los lagos
o en la alta soledad del meteoro.


 De Luna y ciencia nocturna. Icaria. Barcelona, 2010, incluido en  
Plaza de la Palabra, Editora Regional de Extremadura, 2011.



  Monje a la orilla del mar


(Caspar David Friedrich)

se tiene la impresión al contemplarlo de que le hubieran cortado a uno los párpados.
Heinrich von Kleist

Todo es frágil aquí, todo es niebla de asombro
bajo el silencio blanco de la nieve
o en el abismo azul de los acantilados.

Como un pájaro herido,
la lluvia se ha posado mansamente
en la orilla del mar.
Su música de sombra silenciosa
desciende blanda y tibia
a la arena sin pájaros.

Desciende blanda y tibia
desde este cielo turbio al turbio mar sin peces
y allí se desdibuja,
se disuelve en el agua
de otro mar más profundo sin temblor ni oleaje.

En la precaria orilla, sobre una leve duna
soy un cuerpo en penumbra, una interrogativa
silueta que contempla el horizonte incierto,
perplejo frente al mar vacío de veleros.

Y pienso en el desorden nevado de la muerte.


De Luna y ciencia nocturna. Icaria. Barcelona, 2010, incluido en  
Plaza de la Palabra, Editora Regional de Extremadura, 2011.