04 julio 2012

Campos de Castilla. Edición conmemorativa



Para conmemorar el centenario de la primera edición de Campos de Castilla, Cálamo publica una bellísima edición especial de uno de los libros fundamentales de la poesía española con abundantes ilustraciones tomadas de cuadros de Juan Manuel Díaz-Caneja, un pintor palentino al que Juan Benet dedicó un capítulo memorable – Caneja, Juan Manuel- en Otoño en Madrid hacia 1950.

En aquel texto, Benet señalaba que todo acto sale de su persona gravado por el paso del tiempo, un concepto central también en la poesía –palabra en el tiempo- de Machado.

Las texturas sólidas y ocres de las pinturas de Caneja, tan cercanas en su estética a los versos de Campos de Castilla, a su mirada y a su ética del paisaje del páramo mesetario, son el mejor complemento plástico a esta edición que ofrece el libro en su versión definitiva, la que apareció en 1917 en las Poesías completas con todo el material escrito en Baeza.

Está en él el cainismo del hombre de los campos que incendia los pinares y el recuerdo espiritualizado de Leonor, que murió el 1 de agosto de 1912, apenas tres meses después de la aparición de Campos de Castilla.

Pero está sobre todo, subrayado por los cuadros de Caneja, las serrezuelas calvas, las llanuras bélicas y los páramos de asceta, los calvijares y las pardas sementeras, el paisaje de encinas y roquedas que Machado descubrió en Soria, junto al Duero, y evocó desde Baeza y los olivares que descienden hacia el Guadalquivir.

Un paisaje que poco a poco –y sobre todo en la segunda edición de Campos de Castilla- asimila Antonio Machado hasta el punto de convertirlo en paisaje interior asociado a la pérdida de la amada y del paraíso, porque –como decía Benet de Caneja- la depuración de su arte es cosa anímica.

Ahí están para demostrar esa depuración cada vez menos figurativa, el ocre de los alcores y el gris plomo de las sierras en unos cuadros sobre los que parece flotar ese glauco vapor que vio también un día Antonio Machado.