08 mayo 2013

Víctor Botas, el perplejo




Como tacaño y facha recordaba a Víctor Botas en una tertulia del Oliver José Luis García Martín. Era su amigo, a veces se le tomó por su ortónimo y fue el responsable de la espléndida edición de su poesía completa que publicó Isla de Siltolá hace ahora un año para inaugurar su espectacular colección Poesías Completas.

Uno de los textos de esa poesía completa es el autorretrato que abre el póstumo Las rosas de Babilonia, que se publicó en 1994, al poco tiempo de la muerte prematura de este poeta imprescindible.

El perplejo

Las olas que vinieron a morir a mis pies cada verano, desde mil novecientos cuarenta y seis.
El cigarrillo roto del cenicero azul.
Mi mano con la pluma que no entiendo.
La rosa inalcanzable de Jorge Luis Borges.
La amistad de unos pocos.
El clavel amarillo que ignoré esta mañana en una tienda de flores.
La piedra con la que tropecé el pasado mes de julio en Puente Viesgo.
El salto delicado de los gatos.
Los payasos del Price que yo miraba atónito, a los cinco o seis años.
La cara muerta de mi abuelo que se me está borrando.
Paulina en el Gran Canal de Venecia, un día de mil novecientos setenta y uno.
El grano que ahora tengo en la mejilla.
José Luis García Martín camino del Oliver con un puñado de libros y revistas bajo el brazo.
Mis hijas que jugaban junto a la gran roca que hay en la playa de Biarritz.
Mis hijos que todavía juegan en el mismo lugar.
La mala leche con que pago a Hacienda.
El capot de mi coche tragándose impertérrito la larga cinta gris de la carretera.
Los ojos que no ven más que otros ojos que pasan junto al mar cada mañana
y que, como las olas, se estremecen, azules y cambiantes.
El sabor de un café, rayando el alba,
en el barrio Latino de París.
La angustia de saber que tan sólo me salvan unas cuantas líneas vacilantes.
Los cincuenta años que cumpliré, dentro de once meses y medio.
Esta leve lumbalgia al levantarme de la silla...

No esa leve lumbalgia, sino un infarto en octubre de 1994 le impidió llegar a los cincuenta años, pero su poesía, que empieza a encontrar su voz propia en Prosopon y –paradójicamente- en las reescrituras de textos ajenos de Segunda mano, sigue viva y legible. 

Sin conocer su obra no se puede tener una idea cabal de los quince años de poesía española que transcurren entre su primer libro, el aún dubitativo y borgiano Las cosas que me acechan (1979) y el póstumo al que pertenece El perplejo en el que se autorretrataba a su peculiar manera, entre irónico y elegiaco.