12 febrero 2014

Últimas voluntades


Lo conté hace unos días, en el artículo apesarado y apresurado que me había encargado Juan Domingo Fernández a las pocas horas de la muerte de Félix Grande: en mi última conversación con él me hablaba de un paquete que tenía preparado para enviármelo el lunes siguiente y que ya no pudo enviarme.

Para que estuviese preparado y no me conmoviese más de la cuenta, para decirme que había encontrado el paquete ya dispuesto entre los papeles de su padre y que me lo enviaba, me llamaba el domingo Guadalupe Grande, la intrépida dulzura -la cita es de Libro de familia, el último de Félix- /que habrá de dirimir la potestad de su destino / entre el silencio de una tumba amada/ y el estruendo de un alma en pena.../Qué bocanada de coraje ha de sorber llorando.


Y para cerrar ese último desgarrón que había dejado pendiente y abierto la muerte, hoy me llega el envío. Ya se puede figurar Guadalupe -la intrépida dulzura- cuánto le agradezco que ese arañazo hondo, esa herida sangrante cicatrice con este recuerdo, seguramente el más doloroso pero también el más querido, porque pone en ese sobre juntos como una lágrima a Guadalupe y a su padre.

A ver cuándo lo abro. Mientras tanto, hago míos los tres últimos versos de Polifónica tarde a tempo en niebla, también de Libro de familia:

¡Oh Tiempo a tempo en niebla!
¡Oh palabras, las madres de mil watios!

Con gratitud innumerable.