20 julio 2014

José Enrique Martínez sobre El dueño del eclipse



José Enrique Martínez, catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad de León, escribe en el suplemento literario Filandón esta reseña de El dueño del eclipse:

LAS HOGUERAS BLANCAS DE LA MEMORIA

Si algo caracteriza al poeta extremeño Santos Domínguez es su amplitud de verso y de visión y su fecunda metaforía. Es lo que se percibe en su último libro, El dueño del eclipse, que comienza celebrando el poder creador de la palabra, la que descifra signos, ordena el mundo, viaja entre las sombras o por el túnel de la memoria y ve la invisible semilla de la muerte en ese animal que vive «en la orilla del tiempo». «La secreta sintaxis de los sueños» y «las aguas encendidas del tiempo» son los dos ámbitos de exploración del poemario. Y lo hace con una dicción noble, arbitrando un conjunto de imágenes que revelan lo oculto, lo iluminan y se adentran en los dos misterios mencionados, tiempo y sueño. En el poema Ruiseñores en la noche se dice que «el agua canta en ellos como en los hontanares» y que son «la flauta dulce invisible en el soto»... El símil y la metáfora son tan pertinentes como hermosos.

El sueño se confunde a veces con el recuerdo, espacio del tiempo sin tiempo, que arde en «las hogueras blancas de la memoria». En cualquier caso es en el ámbito de lo oscuro en el que el poeta indaga. En lo oscuro confluyen lo onírico y lo temporal. De ahí que a la hora de verbalizar algunos cuadros pictóricos, elija pintores que han jugado con la luz y las sombras. Así, Zurbarán y su particular tenebrismo, o Georges de la Tour, el pintor francés que «hizo de la noche su reino silencioso», acaso para expresar «su propia noche» o «el enigma mudo de la hora más oscura», y el norteamericano Edward Hopper, que en sus cuadros recoge la vida cotidiana bañada por una luz tan enigmática como angustiosa.

Mito interesante al respecto es el de Tiresias, ciego por revelar a los hombres los secretos del Olimpo; fue el adivino de Tebas, inquisidor del futuro, pero la vida es para el poeta un «hueco de enigmas» ante los que hasta el oráculo cede, como acaso ceda ante «los secretos resortes del recuerdo», que no son más que «un organigrama de pérdidas y heridas», de ausencias. El ámbito de la ceguera es la noche, la noche indescifrable, misteriosa y enigmática también, y en la que el poeta ahonda con sobrecogimiento o con anhelo insaciable de algo indecible o con temor ante la magnitud de lo incomprensible.

La poesía de Santos Domínguez canta con ecos de alta poesía, cuajando en figuraciones cuya amplitud de visión sólo es posible a quien goza de una palabra y una imaginación fértiles y vigorosas.