11 septiembre 2014

Poesía completa de Julio Mariscal



“Poeta desasistido, uno de los más desasistidos críticamente hablando, de nuestra actual realidad literaria”, decía de Julio Mariscal un indignado Juan de Dios Ruiz Copete, que denunciaba el silencio que rodeaba la obra de un poeta de enorme calidad.

Ese oscuro pozo de silencio en el que se le había desterrado no era solamente consecuencia de su aislamiento en Arcos de la Frontera o de su confinamiento en Paterna de Rivera, sino el precio de la homosexualidad que vivió de manera muy conflictiva y que marcó decisivamente su existencia y su escritura desgarrada.

“Extraviado como una hoja de octubre, Luzbel involuntario, nardo tronchado por las tempestades malas, como una flor frente al rayo...” Esas son algunas de las expresiones con que presentaba su figura en 1978 Antonio Hernández en La poética del 50. Una promoción desheredada.

Aquella antología crítica, la primera de repercusión nacional que lo incluyó como poeta imprescindible, sacó de esa zona de sombra a Julio Mariscal, que llegó a contestar -muy escuetamente, es cierto- el cuestionario final que planteaba el antólogo a los poetas y que no llegó a ver el libro en la calle, porque murió en noviembre de 1977, unos meses antes de su publicación.

No debe olvidarse ese hecho, pues ni la antología que hizo Ruiz Copete y publicó la Universidad de Sevilla, ni las que firmaron después Pedro Sevilla o Francisco Bejarano tuvieron la difusión de aquella antología de referencia. Tan sólo la amplia selección que publicó Renacimiento en 2007 en el volumen La mano abierta tuvo una cierta transcendencia. 

Cuando se van a cumplir casi cuatro décadas de la muerte del poeta, se acaba de dar el paso definitivo en la recuperación de la poesía de Julio Mariscal gracias al empeño incansable que ha puesto el editor Javier Sánchez Menéndez en la publicación de su Poesía completa en un volumen preparado por Blanca Flores Cueto, autora del amplio estudio introductorio, en la renovada colección Arrecifes en La isla de Siltola.

Manuel Mantero destacaba que desde Salinas a Miguel Hernández no ha habido un poeta más volcado en el tema amoroso que Julio Mariscal, que es muchas veces un poeta elegiaco, pero es algo más radical: alguien que escribe casi como un poeta póstumo, como quien está ya fuera del mundo, al otro lado de todo.

De la potencia de su mundo poético puede dar idea este texto de Tierra, posiblemente su mejor libro. Un libro de 1965 construido sobre la polisemia de una metáfora, la del título, que evoca el tiempo y el amor desde la raíz trágica y telúrica que alimenta la poesía de Julio Mariscal:

Si ahora las estrellas cayeran una a una
como nevada chica de jazmín sobre el yerto 
muladar de tu carne, si el Arcángel, nevado 
de lo más puro, hiciera nardo tu beso, blanca
risa de niño el negro garañón de tu sangre,
si, de pronto, la noche se nos viniera abajo 
escombrando la nube roja de tu pasado 
y el Dios Padre pasara su esponja de ternura 
sobre tu frente y fueras otra vez limpia y alta 
como el almendro o como la Palabra del Hijo,
y entonces te encontrara a pleno sol, la trenza 
colegial golpeando como una disciplina 
mi corazón de niño, de niño grande y solo,
pasaría de largo.

Y esto no son palabras,
porque llevo las noches enteras azuzándome, 
lastrando esta balanza del por qué este quererte,
y no es la zarabanda de tu cintura o ese
palomear tu paso por la acera o la tarde, 
es el turbión de pena que te escuece en el alma,
la tan enorme, humana verdad de tu mentira 
que no ven los que, acaso, buscaban en tus ojos 
otros ojos distantes, otra carne imposible.