11 enero 2015

Un solemne tramposo



Un mentiroso es indigno de toda sociedad humana; es un alevoso, que traidoramente se aprovecha de la fe de los demás para engañarlos. El comercio más precioso que hay entre los hombres es el de las almas; éste se hace por medio de la conversación, en que recíprocamente se comunican los géneros mentales de las tres potencias, los afectos de la voluntad, los dictámenes del entendimiento, las especies de la memoria. ¿Y qué es un mentiroso, sino un solemne tramposo de este estimabilísimo comercio? ¿Un embustero, que permuta ilusiones a realidades? ¿Un monedero falso, que pasa el hierro de la mentira por oro de la verdad? ¿Qué falta, pues, a este hombre para merecer que los demás le descarten, como trasto vil de corrillos, inmundo ensuciador de conversaciones y detestable falsario de noticias? 


Entre las mentiras que pasan plaza de jocosas u oficiosas, hay muchísimas, que no sólo por accidente, sino por su naturaleza misma, son nocivas. Tales son todas las adulatorias. Entre tantos apotegmas como se leen sobre la adulación, ninguno me parece más hermoso que el de Bion, uno de los siete sabios de Grecia. Preguntáronle un día cuál animal era más nocivo de todos. Respondió «que de los montaraces, el tirano; de los domésticos, el adulador». Es así, que la lisonja siempre o casi siempre hace notable daño al objeto que halaga. Los mismos que serían prudentes, apacibles, modestos, si no los incensasen con indebidos aplausos, con éstos se corrompen de tal manera, que se hacen soberbios, temerarios, intolerables, ridículos.



Benito Jerónimo Feijoo. "Impunidad de la mentira." Teatro crítico universal. Tomo VI. Discurso IX.