Un solemne tramposo
Un mentiroso es indigno de toda
sociedad humana; es un alevoso, que traidoramente se aprovecha de la fe de
los demás para engañarlos. El comercio más precioso que hay entre los
hombres es el de las almas; éste se hace por medio de la conversación, en
que recíprocamente se comunican los géneros mentales de las tres potencias, los
afectos de la voluntad, los dictámenes del entendimiento, las especies de
la memoria. ¿Y qué es un mentiroso, sino un solemne tramposo de este
estimabilísimo comercio? ¿Un embustero, que permuta ilusiones a realidades?
¿Un monedero falso, que pasa el hierro de la mentira por oro de la
verdad? ¿Qué falta, pues, a este hombre para merecer que los demás le
descarten, como trasto vil de corrillos, inmundo ensuciador de
conversaciones y detestable falsario de noticias?
Entre las mentiras que pasan plaza de
jocosas u oficiosas, hay muchísimas, que no sólo por accidente, sino por
su naturaleza misma, son nocivas. Tales son todas las adulatorias. Entre
tantos apotegmas como se leen sobre la adulación, ninguno me parece más
hermoso que el de Bion, uno de los siete sabios de Grecia. Preguntáronle
un día cuál animal era más nocivo de todos. Respondió «que de los montaraces,
el tirano; de los domésticos, el adulador». Es así, que la lisonja siempre
o casi siempre hace notable daño al objeto que halaga. Los mismos que
serían prudentes, apacibles, modestos, si no los incensasen con indebidos
aplausos, con éstos se corrompen de tal manera, que se hacen soberbios,
temerarios, intolerables, ridículos.
Benito Jerónimo Feijoo. "Impunidad de la mentira." Teatro crítico universal. Tomo VI. Discurso IX.
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