11 marzo 2015

Ciudad de sectarios



Desde la ventana se alcanza a vislumbrar una ciudad apenas deseable. Tampoco es propiamente una ciudad que se haya mantenido consecutivamente adscrita a los rechazos del observador, sino que ha ido adocenándose, envileciéndose conforme acudían a su arrimo gregarios de varia catadura, jerarcas escoltados por sus correspondientes moscas de muladar, híbridos de clérigo y conmilitón, cabreros pertrechados del poder de los truhanes, todo un censo abominable engrosado en los últimos lustros con nuevos prosélitos y consanguíneos. A veces, sin embargo, por las densas patologías de la vida cotidiana, se filtran repentinas presunciones de decoro, tretas incontestables en la demolición urbana de fetiches. Acuden desde los todavía expectantes yacimientos de la probidad gentes anónimas y nunca absueltas, cuántas y juveniles, provistas de armamentos aptos para la erradicación de la barbarie. Pero es sólo una contingencia bien pronto cercenada por los agudos filos de la muerte. El gremio de sectarios obstruye sanguinariamente todo posible acceso a cualquier fecundante trayecto de la historia. Otrora perdedores, los nuevos justicieros se desviven en vano por corregir la irredimible realidad, si bien aún quedan cautelosos que gustan de aplicarse la presunción de impunes.

Este potente Ciudad de sectarios es uno de los noventa y un poemas que José Manuel Caballero Bonald escribió entre marzo de 2013 y diciembre de 2014, entre Madrid y la playa de Montijo. 
Acaba de reunirlos en Desaprendizajes, el volumen que llega estos días a las librerías publicado por Seix Barral.