08 marzo 2015

Morelliana



Hablo de la responsabilidad del poeta, ese irresponsable por derecho propio, ese anarquista enamorado de un orden solar y jamás del nuevo orden o del slogan que hace marcar el paso a cinco o a setecientos millones de hombres en una parodia de orden, hablo de algo que disgustará profundamente a los comisarios, a los jóvenes turcos o a los guardias rojos, hablo de una condición que nadie describió mejor que John Keats en una carta que hace muchos años llamé la carta del camaleón y que merecería ser tan famosa como la "Lettre du voyant". Su preludio es perceptible en una frase escrita un año antes y como al pasar. Keats le está diciendo a su amigo Bayley que nunca ha esperado otra felicidad que la del puro presente, y agrega como al descuido: "Si un gorrión se posa junto a mi ventana, tomo parte en su existencia y picoteo en el suelo…" En octubre de 1818 el gorrión se vuelve camaleón en una carta a Richard Woodhouse: "En cuanto al carácter poético en sí… no tiene un yo, es todo y es nada: no tiene carácter, goza con la luz y con la sombra, vive en lo que le gusta, sea horrible o hermoso, excelso o humilde, rico o pobre, mezquino o elevado. Tanto se deleita en concebir a un Yago como a una Imogena. Lo que choca al virtuoso filósofo deleita al poeta camaleón… Un poeta es lo menos poético de cuanto existe; como no tiene identidad, continuamente tiende a encarnarse en otros cuerpos… El poeta no posee ningún atributo invariable; ciertamente es la menos poética de todas las criaturas de Dios.

Julio Cortázar. La vuelta al día en ochenta mundos.