15 mayo 2015

Lady Sings the Blues



Mamá y papá eran un par de críos cuando se casaron. Él tenía dieciocho años, ella dieciséis y yo tres.
Mamá trabajaba de criada en casa de una familia blanca. Cuando descubrieron que iba a tener un bebé, la echaron. La familia de papá también estuvo a punto de tener un ataque al enterarse. Era gente de buena sociedad y nunca habían oído hablar de cosas semejantes en su barrio de East Baltimore.
Pero esos dos chicos eran pobres. Y cuando eres pobre creces deprisa.
Es un milagro que mi madre no fuera a parar al correccional y yo a la inclusa. Pero Sadie Fagan me quiso desde que yo sólo era un suave puntapié en sus costillas mientras ella fregaba suelos. Se presentó en el hospital e hizo un trato con la jefa. Le dijo que fregaría los suelos y atendería a las golfas que estaban allí para tener a sus hijos, costeando así su parte y la mía. Y lo cumplió. Aquel miércoles 7 de abril de 1915, cuando yo nací en Baltimore, mamá tenía trece años.

Así comienzan las memorias de Billie Holiday, Lady Sings the Blues, en la edición de Tusquets con traducción de Iris Menéndez. 

Las publicó en 1956, tres años antes de su muerte. Hace poco más de un mes podría haber cumplido cien años aquella extraña fruta de la que habló en uno de sus mejores blues, donde los negros linchados colgaban de los árboles.