23 junio 2015

Dos autoelegías




Dicen que el cisne al barruntar su muerte 
emite un ruido extraño, indefinible. 
Nace de su mudez y se extravía 
calcinado en el viento. Como el trueno. 

No es reclamo amoroso. No es congoja. 
No es cántico ofrecido 
al signo inapelable del augurio.

Esos versos pertenecen a El oscuro canto del cisne, el libro de Angelina Gatell que acaba de publicar Bartleby Editores.

Un libro intenso y estremecido que tiene mucho de despedida y que coincide en su llegada a las librerías con otro libro de Bartleby, el también elegíaco El Sur, del polaco Marcin Kurek, un largo poema publicado en edición bilingüe con traducción de Amelia Serraller y prólogo de Xavier Farré. Y allí versos como estos:

Será igual: dos álamos, una pobre
parra y un ciprés junto al muro, una puerta
que cruje, moho. ¿Qué ha pasado, 
cómo es posible que yazca ahora 
muerto en el suelo? ¿Muerto?

¿Se puede morir acaso
de forma tan tonta, envenenado con el agua 
de una botella de plástico en la que ayer 
alguien metió una pequeña rama?