18 julio 2015

Ve y pon un centinela



Desde Atlanta, venía mirando por la ventanilla del vagón restaurante con un deleite casi físico. Mientras se tomaba el café del desayuno, vio cómo quedaban atrás las últimas colinas de Georgia y aparecía la tierra rojiza, y con ella las casas con tejados de chapa en medio de patios bien barridos, y en los patios las inevitables matas de verbena rodeadas de neumáticos encalados. Sonrió cuando vio la primera antena de televisión en lo alto de una casa de negros sin pintar. Conforme aparecían más y más, se redobló su alegría.

Jean Louise Finch siempre hacía el viaje por aire, pero para aquella visita anual a casa decidió ir en tren desde Nueva York hasta el Empalme de Maycomb. Por un lado, porque se había llevado un susto de muerte la última vez que viajó en avión, cuando el piloto optó por atravesar un tornado. Por otro, porque llegar a casa en avión significaba que su padre tenía que levantarse a las tres de la mañana, conducir ciento sesenta kilómetros para ir a buscarla a Mobile y trabajar después toda la jornada. Tenía ya setenta y dos años, y no era justo hacerle eso.

Así comienza Ve y pon un centinela, de Harper Lee, que publica en España Harper Collins con edición de Victoria Horrillo y una espléndida traducción de Belmonte Traductores. 

No es una secuela de Matar a un ruiseñor, sino su precuela genética, una primera versión que se sitúa en los años 50 y no en los 30 y que se ha convertido en el fenómeno editorial de este verano en todo el mundo, con cientos de miles de ejemplares vendidos en su primera semana, oscureciendo incluso -no hay comparación posible en cuanto a calidad- a la secuela de las sombras de Grey que aparecía a la vez. 

Scout vuelve a Maycomb para visitar a su padre, un envejecido Atticus Finch que, veinte años después, parece la contrafigura de aquel ejemplar abogado -encarnado en el cine por un inexpresivo Gregory Peck- que defendía los derechos de un negro acusado injustamente de una violación.

Desde ese comienzo hasta el explosivo final de la novela, Ve y pon un centinela es una obra superior, más compleja, más potente y profunda que su reescritura en Matar a un ruiseñor.

Eso sí, el lector de Ve y pon un centinela ya no podrá volver a ver la película de Robert Mulligan de la misma manera.