21 agosto 2015

El novelista ingenuo y el sentimental


El acto de leer una novela es el esfuerzo de creer que el mundo tiene, en realidad, un centro, y para ello hay que echar mano de toda la confianza que pueda tener uno. Las grandes novelas literarias —como Anna Karénina, En busca del tiempo perdido, La montaña mágica y Las olas— nos resultan imprescindibles porque crean la esperanza y la vivida ilusión de que el mundo posee un centro y un significado, y porque nos transmiten alegría al mantener esa impresión mientras vamos pasando las páginas. (Este conocimiento acerca de la vida, que imparte La montaña mágica, a la larga constituye un premio mucho más cautivador que el diamante robado de una novela de detectives). Cuando las acabamos, queremos releer este tipo de novelas; no porque hayamos localizado el centro, sino porque queremos sentir de nuevo esa sensación de optimismo. Nuestro esfuerzo para identificarnos y reconocer uno a uno a todos los personajes y sus puntos de vista, la energía que invertimos al transformar las palabras en imágenes, y el sinfín de acciones que llevamos a cabo mentalmente con rapidez y gran cuidado cuando leemos una gran novela… todo esto crea en nosotros la sensación de que las novelas tienen más de un centro. Y no lo descubrimos gracias a una reflexión pausada o a una serie de conceptos abstrusos, sino a través de la experiencia de la lectura. Para el individuo laico y moderno, un modo de alcanzar un significado más profundo y hondo del mundo es leer las grandes novelas literarias. Cuando las leemos, entendemos que no sólo el mundo, sino también nuestra mente, tienen más de un centro.

Orhan Pamuk. 
El novelista ingenuo y el sentimental. 
Traducción de Roberto Falcó. 
Literatura Mondadori. Barcelona, 2011.