23 enero 2016

Un poema de Reloj de sombra



TARDE DEL EQUINOCCIO


Cuando el atardecer proyecta su reloj
de sombra por la arena
con lámparas votivas y con fuentes volcánicas, 
el mar cincela y lame su lenta estatuaria 
en los acantilados que el viento absuelve y corta.

Es la hora metalúrgica que incendia el horizonte
donde canta el futuro su canción giratoria, 
la luz germinativa que brota en el salitre, 
la luz mojada y lenta
que trepa por las copas sangrantes de los pinos
y se duerme en las barcas que mecen las mareas.

Cuadernas y cuadrantes, estrellas y astrolabios 
son la lengua extranjera con que nos habla el tiempo
con sílabas de agua y arena indiferente
en las tardes de otoño y en su color de uva.

Es el vacío vertebral del mundo
en la hora más incierta del paisaje,
el vaticinio oscuro de la cólera
en la obstinada ola, 
en la lluvia cansada de los puertos
y en el oscuro viento boreal del planeta.


Estos días empieza a distribuirse mi Reloj de sombra (Guadalturia. Sevilla, 2015), del que dejo aquí este anticipo.