14 febrero 2016

Mediocres



MEDIOCRES (los). Sostiene el crítico García-Posada que la crítica de los mediocres no hay que hacerla, que el discurso crítico debe partir de unos supuestos de calidad previa, ya que el crítico no es un «escritor aplazado» (Roland Barthes), sino un creador que construye su obra maestra a partir de una novela como el novelista a partir de una leyenda, por ejemplo. Efectivamente, la mediocridad no merece crítica, pero no por prurito aristocratizante de la literatura (que también lo hay), sino porque la crítica también aspira a su propia dignidad, y eso sólo puede dárselo la novela o el poema de calidad, conferido.
  Domingo Ynduráin, en uno de sus ensayos más afortunados y difundidos, defiende «la irresistible necesidad del personaje», denunciando así la novela angloaburrida (dice de Benet que es mejor ensayista que narrador). Ynduráin encuentra personajes en Cela, Delibes, Umbral y Vázquez Montalbán. A lo que uno iba es a decir que la mediocridad de hoy es una mediocridad culta, que no se enseña llena de elementos pecuarios, sino que viste la gala de la gran novela anglosajona de principios de siglo, pero sin ninguno de sus hallazgos, inventos, personas o situaciones.
  Así, hay unos mediocres ilustrados, que son los que hoy venden, y unos mediocres castizos, que no nos engañan a nadie. García-Posada, más radical que nadie, cree que la mediocridad por sí misma y en sí misma resulta inútil para el discurso crítico. Es como si el científico estudiase una célula muerta. Sólo de las células vivas se saca más vida.
  El mediocre no es bueno ni malo, como ya la palabra lo dice, sino que está sencillamente en el medio, a la mitad, imitando algunas cosas ya hechas, inspirado en otras, pero sin fuerza para superarlas. El desprecio crítico del mediocre no es clasista, sino que García-Posada lo denota como imposible punto de partida para el discurso crítico.
  Sólo se puede especular a partir de la Razón de Kant, de la Dialéctica de Hegel, del Ser de Heidegger, de la novela memorial de Proust. El discurso crítico, creación en sí mismo, nace de la naturaleza, como el discurso creador. Las rocas y los bosques de Lawrence son naturaleza, pero las rocas metafóricas y los bosques sicológicos de Proust también. El discurso crítico tiene pleno derecho, irónicamente (ahora que es más científico que nunca), a erigirse en discurso creador, y para ello debe partir de una realidad literaria fecunda, como el novelista parte de una realidad natural, humana o sicológica fecunda/profunda. La crítica de lo mediocre sólo sería una manera de perder el tiempo.
  Y por eso se justifica y potencia la crítica elitista: el crítico no se resigna a ser gacetillero de naderías fugaces, sino que quiere fundar su discurso en lo permanente o en lo fundacional del presente urgentísimo que nos apremia.
  No haya, pues, ni paz ni piedad para los mediocres, sino olvido metafísico y Dios le ampare, hermano, como les dijeran D’Ors y Borges a sendos mendigos literarios que los acosaban.

Francisco Umbral
Diccionario de Literatura
España 1941-1995: De la posguerra a la posmodernidad.
Planeta. Barcelona, 1995.