23 julio 2016

Mentira y memoria



No sin razón se dice que si alguien no siente su memoria lo bastante firme, no debe meterse a mentiroso. 
No ignoro que los gramáticos distinguen entre decir una mentira y mentir, ni que afirman que decir una mentira es decir una cosa falsa pero que se ha tomado por verdadera, y que la definición de la palabra mentir en latín, de donde procede la nuestra, comporta ir contra la propia conciencia, y por consiguiente atañe tan sólo a quienes dicen algo en contra de lo que saben. A ellos me refiero. Ahora bien, éstos o se inventan lo esencial y el resto, o disfrazan y alteran un fondo verdadero. Cuando disfrazan y cambian, si se les remite muchas veces a la misma consideración, es difícil que no se descompongan. En efecto, la memoria ha albergado antes la cosa tal como es, y ésta ha quedado impresa en ella por la vía del conocimiento y de la certeza. Por tanto, es difícil que no vuelva a presentarse a la imaginación y no desaloje a la falsedad, que no puede tener una base tan firme ni tan segura, y que las circunstancias del primer aprendizaje, introduciéndose a cada momento en el espíritu, no hagan perder el recuerdo de los añadidos falsos o espurios. En aquello que inventan por completo, dado que no existe ninguna impresión contraria que se oponga a la falsedad, parece que han de temer mucho menos el error. Aun así, también esto, por tratarse de un cuerpo vano e inconsistente, suele escapar a la memoria si no está bien asegurada.

Michel de Montaigne. 
Los ensayos.
Traducción de J. Bayod Brau. 
Acantilado. Barcelona, 2008.