08 septiembre 2016

Yves Bonnefoy



¿Qué son esos peñascos, esa arena? Son Ítaca.
Sabes que están allí la abeja y el olivo,
y la esposa leal y el viejo perro,
pero mira, el agua brilla negra bajo tu proa.

¡No, no mires más esta ribera! 
Sólo es tu pobre reino. Tú no vas 
a tender la mano a ese hombre que eres,
tú, que no tienes ya tristeza ni esperanza.

Pasa, defrauda. ¡Que huya por tu izquierda! 
Mira que para ti se ahonda ese otro mar, 
la memoria que asedia al que quiere morir.

¡Sigue! Mantén el rumbo hacia la otra 
ribera baja, allá. Donde, en la espuma, 
juega aún el niño que tú fuiste aquí.

Ese texto, Ulises pasa ante Ítaca, es uno de los Casi diecinueve sonetos –casi diecinueve y casi sonetos- que forman parte de La larga cadena del ancla, el libro de poesía de Yves Bonnefoy que llega hoy a las librerías. Lo publica en edición bilingüe, junto con La hora presente, Galaxia Gutenberg con traducción y prólogo de Enrique Moreno Castillo.

Sobrevuelan ese poema dos de los temas vertebrales de la poesía de Bonnefoy: el mar y la noción de límite, a los que aludía así en El territorio interior:

Es verdad que el mar favorece mi ensoñación, porque asegura la distancia, y significa, para los sentidos, la plenitud vacante; pero ocurre de una forma no específica, y veo que los grandes desiertos, o la trama, desierta también, de las rutas de un continente, pueden ocupar la misma función, que es la de permitirnos errar, aplazando por mucho tiempo la mirada que a todo abraza, y renuncia. /.../ Pero es así como olvidamos los límites, que son la potencia, sin embargo, de nuestro ser en el mundo.