12 febrero 2017

En Cuadernos del Matemático






TUMBA EN PAESTUM

un límite infinito que no alcanza el centro en su quietud.
Mallarmé

Igual que el tiempo, el aire 
abre en la arena a veces surcos indescifrables.

Vibra lejos la tarde y en un rincón oscuro 
se apaga mudo el tiempo, pero arde la memoria
y la luz flota entonces igual que el nadador, 
sin peso y sin minutos.

Como último profeta de un tiempo que ya ha muerto
en la materia oscura de un corazón sin fondo, 
el nadador sublime se detiene en su salto
y flota en el vacío, en su eterna caída.

Cae derecho a su tumba, a las aguas que van 
al reino de los muertos,
abre el profundo espacio 
de la tarde sin fin, de la noche sin fondo.

Y permanece inmóvil en el aire intermedio
de la vida a la muerte parada de las olas, 
en el aire sin tiempo circular que transcurre 
de una tierra de nadie a una tumba sin nombre.

Es el día sin tamaño, el paisaje sin ecos 
que flota envuelto en niebla,
contra la espalda lenta de la tarde.

Y cae sobre la arena 
el martillo incansable de la lluvia.

Ese texto, inspirado en la imagen del nadador detenido en su zambullida que cubría una tumba del siglo V a.C. en Paestum, es uno de los cinco poemas que firmo en el número 55 de Cuadernos del Matemático. Lo dejo aquí con mi agradecimiento a Matías Muñoz Borja, que me invitó a participar en esa prestigiosa publicación.