26 marzo 2017

Francisco Caro. Locus poetarum


¡Qué dúctil a los versos es el hierro. 
Yo he visto hacer su forja. 

Ángel el de Avelino lo sabía, 
por eso las canciones, los martillos, 
caían sobre el yunque 
con la misma aprendida contundencia 
de minerales pablos y vallejos. 

En el horno, 
sin un temblor quemaba 
celayas de carbón enfurecido, 
metáforas del norte, limpias brasas, 
hogares de aleixandre 
contagiado de rojos irascibles. 

Otras veces, esfuerzo delicado, 
aguzaba las rejas con salinas 
y los mazos altivos se alternaban 
alza y golpe 
con dámaso el primero 
y alza y golpe 
el otro con gerardo. 

Callar era miguel, y era el silencio 
la templanza debida de las aguas. 

Ángel el de Avelino tal vez fuera 
uno de aquellos 
herreros torrenciales 
de los cuales hablaban la esperanza, 
las voces a escondidas:
gente capaz, cegada en el empeño 
de hacer de los poetas un bien útil. 
(yo era un niño 
estuve en esa fragua, 
lo vi todo,
que todo sucedía en nuestra calle.)


Con ese poema, 'La fragua de Ángel', se abre el último libro de Francisco Caro, Locus poetarum, que publica Polibea en su colección de poesía El levitador.
Es la prueba de ingreso que da paso a los tres trimestres en los que se organiza este espléndido libro, balanceado en torno a una sucesión alternante de apuntes y ejercicios de clase y de lecturas recomendadas, de minúsculas y mayúsculas que resumen la lección del Maestro y las lecciones de los maestros.
Tras un apócrifo de Cernuda y el ejemplo bueno y malo de Gil de Biedma y Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y Pavese, Auden y Pessoa, Ángel Crespo y Ungaretti, Elytis y Valente, Colinas y Machado, Bécquer y Maiakovski, Rilke y Vallejo, Ángel González y Lorca, Juan Ramón y Anne Sexton, Adonis y Rubén Darío, Wallace Stevens y Leopoldo María Panero vienen a este libro convocados por Francisco Caro para declarar su maestría y dar ejemplo y lección.
Porque, como anuncia el título, este es el lugar de los poetas, un libro que es un homenaje, un ejercicio de dedos y una reunión de voces. Pero sobre todo un ejercicio más espiritual que literario, porque toda esa polifonía la incorpora Francisco Caro a su propia voz, que hace suyas esas voces en un curso que contiene todo un programa ético y estético.
Lo explica José Cereijo en su prólogo -'Autenticidad y delicadeza'-: “en definitiva, de la falsedad o autenticidad de lo poético como forma no solo de escritura sino también de vida es de lo que habla este libro.”
Ejemplo y lección en la voz bien modulada de Francisco Caro, un discípulo ejemplar y aventajado del Maestro, de los maestros.