27 abril 2017

Biblioterapia



abstinencia del alcohol 

Adiós, muñeca.
RAYMOND CHANDLER

Ya sabemos que ser abstemio no es nada malo. Las personas que no consumen alcohol ven el mundo con más claridad y pureza, y muchos profesionales de la medicina, salvo que sean franceses, recomiendan la abstinencia. Pero ser abstemio en un mundo de bebedores es aburridísimo. No hay tantos cócteles sin alcohol que te puedas beber antes de que uno de tus acompañantes te sorprenda con un muerte en la tarde. ¿Y qué hay de ese delicado momento en el que tu futuro suegro sugiere una charla de hombre a hombre con un whisky de malta? ¿Lo rechazas y aun así consigues a su hija? ¿Y con qué brindas por tu bisabuela el día que cumple cien años? ¿Con un blandengue «Para mí una limonada»?.
Los bebedores de la literatura suelen ser más divertidos que los abstemios. Y no hay bebedor más divertido que el gran Philip Marlowe de las novelas policiacas de Raymond Chandler. Nuestra favorita es Adiós, muñeca, pero cualquiera de las ocho te recordará la relación innegable que existe entre el alcohol y un cierto desenfado natural y algo turbio como el que demuestra Marlowe en sus mejores momentos: «Me hacía falta un lingotazo, un buen seguro de vida, unas vacaciones, una casa en el campo. Pero lo único que de hecho tenía era una chaqueta, un sombrero y una pistola». Los personajes a los que persigue Marlowe le dirigen sonrisas «amable[s] y ácida[s] al mismo tiempo», conscientes de que de alguna forma va a conseguir sacarles pruebas comprometedoras. Pero lo hace con tanto garbo que para los malos casi es un honor que los pille. Viviendo según su propio sentido de la justicia (solo entrega a los culpables a la policía si sabe que son irredimibles), consigue hacer el bien sin ser un santo en ningún momento (véase santo, ser un). Y en parte se debe a la bebida. 
No hay que pasarse, claro. Si bebes más de la cuenta no resultarás interesante en absoluto. Marlowe bebe con elegancia y con moderación. Su debilidad es el whisky de centeno, que de vez en cuando utiliza como medicina para poder dormir. Se sirve de un chupito de lo que haya para hacer cantar a sus sospechosos. Si tiendes a no beber, pásate un par de novelas en compañía de Marlowe. Descubrirás que la astucia y la perspicacia de este detective discretamente heroico se te meten en la sangre como un vaso de whisky de centeno. Bebe mientras lees, y muy pronto tus pensamientos se habrán vuelto tan directos, agudos y mordaces que enseguida te habrás recorrido el vecindario tan deprisa como un gato y sabrás lo que se cuece por ahí, sin ni siquiera moverte del sofá, preguntándote qué habías estado haciendo con tu cerebro toda tu vida. Cuando quieras darte cuenta tendrás a esos gánsteres entre rejas y a las rubias dirigiéndote sonrisas que sentirás hasta en el bolsillo trasero del pantalón. 
Sigue el ejemplo de Marlowe y no vayas demasiado lejos con este remedio. Si crees que te estás yendo al otro extremo, consulta alcoholismo. 

VÉASE TAMBIÉN: aguafiestas, ser un; santo, ser un

Es una de las múltiples entradas ordenadas alfabéticamente del divertido e ingenioso Manual de remedios literarios de Ella Berthoud y Susan Elderkin que publica Siruela con traducción de Clara Ministral.
Construido a base de entradas ordenadas alfabéticamente de la A a la Z y rematado  con dos índices, uno de entradas y otro de obras citadas, este es también un peculiar tratado de literatura enfocado desde una perspectiva inusual, pero inteligente y muy interesante.