19 junio 2017

José Luis Esparcia reseña El viento sobre el agua



Santos Domínguez.
El viento sobre el agua.
Premium. Sevilla, 2016. 

Santos Domínguez es un autor de alcance, a tenor del elenco de premios recibidos; pero, sobre todo, como representante de una poesía de cuidado estético, de contenido y de concesiones sentimentales importantes.
Es cierto que Domínguez es de los autores a los que califico como “lentos”; es pausado, cuidadoso con la expresión, pero de cierto hermetismo que invita a la lectura como un bello ejercicio de acercamiento al paisaje externo e interno del mundo, no al descubrimiento de mensaje o implicación colectiva, sino al disfrute del lenguaje y sus implicaciones sentimentales en el plano del recinto individual en contacto con el ámbito natural. De este plano forman parte los elementos escogidos: naturaleza, temblores de sentimiento: alegría y tristeza.
Y así, el poeta es especialista en ordenar la sensibilidad que actúa mediante el lenguaje. En este libro, Premio Juan Ramón Jiménez 2016, se percibe el esfuerzo descriptivo con objeto de reflejar esa sensibilidad:
Hay días vacilantes en que la luz se posa
como un pájaro oscuro
en la rama desnuda del invierno,
sobre el fulgor helado que hay en sus nervaduras.
Simple nacimiento de un día o instante, muy íntima percepción, pero cautivadora expresión. Poeta que no desciende al mundo colectivo de la realidad, pero que contribuye al cultivo imprescindible de la sensibilidad necesaria para que la poesía pueda habitar en la comprensión creativa del receptor.
La honradez de este poeta está en varios planos de difícil hallazgo en el mundo colectivo de las publicaciones y de las distinciones. Entre otros méritos, contiene –como en anteriores libros– la capacidad de guiar a las personas lectoras por la poesía en su sentido más esencial y descubrir el lado de todo ser.
De ahí que su elección del escenario panteísta, dentro del cual la vida humana está imbricada a la de la naturaleza y sus claros efectos no solo materiales, sino también sensoriales y sentimentales, devenga una guía de ese mundo interior que relaciona lo escrito con la necesidad lectora de percibir el mundo en parámetros de conocimiento y sentimiento realmente útiles a la necesidad de vivir tantas veces, como el poeta deja dicho en Las sílabas del tiempo, salvados por la lentitud del pájaro.
Lo leve y lo abarcador emerge en una traslación flotante y poética como hay pocas. No encontraremos destinos pretendidos, pero hallaremos paisajes relevantes, como si este viaje temporal lo fuera de aprendizaje, de experiencia sensorial y formal. Y todo detalladamente alineado. Es decir, no hay desequilibrios, algo que solo consiguen los poetas verdaderos que se justifican con versos inapelables:
Si de repente un día
llega un viento más alto que la luz y los pájaros,
no dejes que el paisaje envejezca de pronto
y los pájaros huyan y la luz se amortigüe.
Que el sueño de las naves
sea más alto que el viento sobre el agua,
más fuerte que el olvido.
Hay que saber acercarse a la poesía de Santos Domínguez sin prejuicios, con la convicción de que la poesía no solo ha de decir sino que debe impregnar, algo que el poeta cacereño sabe conseguir con elegante formalidad a la hora de conformar un relato de situaciones que se hace cercano a las personas lectoras a través de la belleza espiritual que provoca el conocido y necesario temblor en la relación del ser humano con las cosas, con la vida, con el resto de seres humanos en su condición también poética.
Por tanto, estamos ante un poeta homogéneo que garantiza un proceso de lectura fructífero.

José Luis Esparcia. Jueves Rojo. Junio 2017