18 de agosto de 1936
Nadie ha dejado constancia fidedigna de los últimos momentos de Lorca. Sí existe
el testimonio de Juan Luis Trescastro, el fanfarrón y machista compinche de
Ramón Ruiz Alonso que había acompañado a éste a casa de los Rosales la tarde del
16 de agosto. Trescastro alardeó ruidosamente de haber participado no sólo en la
detención sino en la muerte de Lorca. «Acabamos de matar a Federico García Lorca
—se jactaba la mañana del asesinato—. Yo le metí dos tiros en el culo por
maricón». En una ocasión posterior declaró: «Yo he sido uno de los que
hemos sacado a García Lorca de la casa de los Rosales. Es que estábamos hartos
ya de maricones en Granada» /.../
Aquel mismo día llegó a la casa de la calle de San Antón un miembro de la
«Escuadra Negra» con una carta de Lorca. Decía, sencillamente: «Te ruego, papá,
que a este señor le entregues 1.000 pesetas como donativo para las fuerzas
armadas». Se trataba de una vil jugada que se le había hecho al poeta en el
Gobierno Civil, dándole a entender que, si pagaba su padre esta muy considerable
cantidad, salvaría la vida. Federico García Rodríguez, pensando que su hijo
vivía todavía, desembolsó la suma requerida. La operación fue observada por el
chófer de la familia, Francisco Murillo Gámez, a quien los asesinos le dirían a
continuación que acababan de fusilar al poeta en Víznar, mostrándole un paquete
de cigarrillos Lucky sustraído al cadáver.
Durante muchos años Federico García Rodríguez llevó sobre su persona
aquella patética nota, con toda probabilidad el último autógrafo del
poeta.
Ian Gibson,.
Federico García Lorca.
Crítica. Barcelona. 2011
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