01 agosto 2017

El cura y los mandarines


Fernando Lázaro Carreter, hijo de un modesto carbonero aragonés, sabía muy bien dónde estaba el dinero y por ello hizo todo lo posible y hasta lo imposible por hacerse una fortuna en mundo tan limitado para los negocios como es el de las letras. Fue uno de los grandes de la industria «textil» (de texto), consiguió gracias a Gullón viajar a los EEUU y establecerse en Austin, si bien previamente había logrado introducir al hijo de Gullón en la Universidad de Salamanca y compensar al viejo Gullón con galardones y baratijas. En Austin trabajó sobre el Lazarillo y la picaresca. ¡Qué no sabría él!
Lázaro Carreter, académico de la lengua desde 1972, lo sabía todo de cómo hacer dinero. A él se deben —y a sus «negros» especialmente— textos pedagógicos casi obligatorios durante el bachillerato franquista. También, en una faceta oculta y bastante menos conocida, pero suculenta económicamente hablando, los engendros de guiones cinematográficos que representaba el actor cómico Paco Martínez Soria y sus astracanadas sobre «la ciudad no es para mí» y otras menudencias, que don Fernando, el académico, firmaba como Fernando Ángel Lozano.
Gregorio Morán. 
El cura y los mandarines. 
Akal. Barcelona, 2014