25 agosto 2017

La profecía de Julio César




Aunque soy conocido como Julio César, el conquistador de las Galias, en verdad ha sido la Hispania el territorio más querido y trascendente para mí. Fui nombrado cuestor de la provincia de Hispania cuando contaba con veintiséis años, después de varias vicisitudes en Roma que a punto estuvieron de costarme la vida a manos del cruel Sila.
Como todo el mundo sabe, el Templo de Melkart —que así conocían los fenicios a nuestro héroe Hércules— es uno de los más venerados de todo el Mediterráneo. Ubicado en la Bética, en el antiguo territorio tartésico, el Templo de Melkart se alza, imponente, en la isla de Sancti Petri, algo al sur de Gadir, el famoso emporio fenicio. Muchos dicen que el origen de ese templo gaditano se remonta a los antiguos egipcios, que mantuvieron ancestrales relaciones con el sur de la Hispania. Sea como fuere, el caso es que desde hace al menos mil años, los fenicios fundaron Gadir y desarrollaron su culto a Melkart en el extraño templo de Sancti Petri, consagrado inicialmente por egipcios o por exiliados de la Guerra de Troya, que eso no lo sé bien y ambas leyendas fundacionales he escuchado.
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Enclavado en una isla cercana a la costa, algo al sur del emporio de Gadir, como te conté, el santuario recortaba su imponente silueta al atardecer. No todo el mundo tenía acceso al Herakleión, el recinto sagrado. Mis emisarios ya habían anunciado mi llegada, y los sacerdotes, conocedores de mi alta dignidad en la provincia, habían dispuesto de una pequeña embarcación para que me transportase a la isla.
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Antes de acercarme hasta sus puertas monumentales, me estremecí al recordar cómo el general cartaginés Amílcar Barca hizo jurar a su hijo Aníbal, ante el altar de aquel mismo templo, odio eterno a los romanos. Créeme, Bruto, que el Templo gaditano resulta estremecedor y que podía sentir en mi piel el enorme poder de los dioses que gobiernan nuestras vidas y fortunas.
Manuel Pimentel.
Leyendas de Tartessos.
Almuzara. Córdoba, 2015