24 agosto 2017

La verga de Hércules



Las personas de mi edad recordarán todavía aquella anécdota de los primeros años cincuenta: un puñado de jóvenes enardecidos de pronto en santo ardor patriótico -borrachera que, a falta de otros vinos más imaginativos, gustaban de cogerse las juventudes del tiempo a cada dos por tres- llenó la calle al Grito de “¡Gibraltar, español!” y se acercó hasta la misma fachada de la Embajada británica; se destacaron, como en comisión, dos o tres de ellos y golpearon vigorosamente las puertas con el puño: ¡pom, pom, pom, pom! Al poco, y aunque no eran horas de oficina, abrió una funcionaria británica, una señora ya mayor, conforme me contaron, alta, huesuda y con gafas, que se encaró, con los enviados, preguntándoles: “¿Qué queréis?”, y como el clamor de la muchachada le respondiese a coro: “¡Gibraltar!”, la hirsuta señora contestó a su vez con su marcado acento de extranjera: “¡Aquí no lo tenemos!”, y pegó tal portazo que todavía están barriendo los caliches que se desprendieron del dintel y de las jambas.


Rafael Sánchez Ferlosio. 
"La verga de Hércules" 
En Ensayos 2. Gastos, disgustos y tiempo perdido. 
Debate. Barcelona, 2016.