La verga de Hércules
Las personas de mi edad recordarán todavía aquella anécdota
de los primeros años cincuenta: un puñado de jóvenes enardecidos de pronto en
santo ardor patriótico -borrachera que, a falta de otros vinos más
imaginativos, gustaban de cogerse las juventudes del tiempo a cada dos por tres-
llenó la calle al Grito de “¡Gibraltar, español!” y se acercó hasta la misma
fachada de la Embajada británica; se destacaron, como en comisión, dos o tres
de ellos y golpearon vigorosamente las puertas con el puño: ¡pom, pom, pom, pom!
Al poco, y aunque no eran horas de oficina, abrió una funcionaria británica,
una señora ya mayor, conforme me contaron, alta, huesuda y con gafas, que se
encaró, con los enviados, preguntándoles: “¿Qué queréis?”, y como el clamor de
la muchachada le respondiese a coro: “¡Gibraltar!”, la hirsuta señora contestó a
su vez con su marcado acento de extranjera: “¡Aquí no lo tenemos!”, y pegó tal
portazo que todavía están barriendo los caliches que se desprendieron del
dintel y de las jambas.
Rafael Sánchez Ferlosio.
"La verga de Hércules"
En Ensayos 2.
Gastos, disgustos y tiempo perdido.
Debate. Barcelona, 2016.
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