Las tórtolas
Están recién llegadas. Ya empiezan a atar olivo a olivo, con
susurro y con vuelo, con abaniquillos blancos que se abren y los van zurciendo.
Yo no sé por qué el zureo de la tórtola abre en el campo al alma unos tan
largos túneles de ternura, unas penumbras tan frescas al oído. El alma se
acompasa a esa monotonía y siente el aire entero vibrar como un mar cuyas olas
dan en sus orillas, acordadas al lento envío del sonido.
Cuando la tórtola llega, comienza a negrear la espiga. ¿Qué
sería de este aire de estío sin ese alivio y acompasamiento de las tórtolas?
Ellas saben el camino de la fuente, la gallardía de la figura, la delicadeza en
el vuelo, el ajuste del rumor. Encienden el campo, enternecen los olivos,
suavizan el terrón reseco del agosto, la dureza de los rastrojos. Llevan la paz
en los ojos y su cuello se comporta tan ajustadamente a las reglas de la
gracia, se contrae, se yergue, se revuelve, que es la única disculpa para
aprisionarlas. ¡Oh tórtolas del verano y el olivar!
José A. Muñoz Rojas.
Las
cosas del campo.
Pre-Textos. Valencia, 1999.
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