19 agosto 2017

Las tórtolas


Están recién llegadas. Ya empiezan a atar olivo a olivo, con susurro y con vuelo, con abaniquillos blancos que se abren y los van zurciendo. Yo no sé por qué el zureo de la tórtola abre en el campo al alma unos tan largos túneles de ternura, unas penumbras tan frescas al oído. El alma se acompasa a esa monotonía y siente el aire entero vibrar como un mar cuyas olas dan en sus orillas, acordadas al lento envío del sonido.
Cuando la tórtola llega, comienza a negrear la espiga. ¿Qué sería de este aire de estío sin ese alivio y acompasamiento de las tórtolas? Ellas saben el camino de la fuente, la gallardía de la figura, la delicadeza en el vuelo, el ajuste del rumor. Encienden el campo, enternecen los olivos, suavizan el terrón reseco del agosto, la dureza de los rastrojos. Llevan la paz en los ojos y su cuello se comporta tan ajustadamente a las reglas de la gracia, se contrae, se yergue, se revuelve, que es la única disculpa para aprisionarlas. ¡Oh tórtolas del verano y el olivar!

José A. Muñoz Rojas. 
Las cosas del campo.

Pre-Textos. Valencia, 1999.