03 agosto 2017

Vigilia del Almirante



La escuadra zarpa del Puerto de Palos, de la barra de Saltés, el viernes 3 de agosto, a las ocho de la mañana, camino a Las Canarias. El Almirante inicia su Diario de a bordo con la displicente observación: «El mismo día que los judíos fueron obligados a abandonar España y en el que el Papa valenciano Rodrigo de Borja estrena la silla de San Pedro con el nombre de Alejandro VI.» 
De acuerdo con el manual de instrucciones que ha dictado para la nao capitana y las dos carabelas, el Almirante dirige sus naves hacia las tierras del Cathay y del Cipango. Conjetura y jura que son las mismas descubiertas por el Piloto en una de cuyas islas él y los hombres de su tripulación vivieron y gozaron de indecible felicidad, según la confesión del Piloto, durante más de un año, procreando los primeros mestizos de las Yndias. 
La carta de Toscanelli, los libros de Marco Polo y del cardenal d'Ailly, como de otros reputados geógrafos y cosmógrafos, hablan de templos y de casas reales cubiertas con tejados de oro. Esos reinos se encuentran en el fin del Oriente, afirma el sabio de Florencia. El Piloto anónimo le habló de unas tierras pobladas por gente desnuda como su madre la parió, le habló de gente simple, que vive al aire libre o en chozas de barro y paja, y en algunas partes, en profundas galerías subterráneas pobladas por mujeres que defienden con arcos y flechas las entradas abruptas de las cavernas. Esas tierras están situadas hacia el fin de Occidente, le dijo. Setecientas cincuenta leguas al oeste de la Isla de Hierro. Desde que le habló el Piloto de las galerías subterráneas, el Almirante no las puede apartar de su imaginación. Está seguro de que son las galerías que el rey Salomón mandó excavar en las comarcas de Tarsis y Ofir para extraer el oro de sus templos. 
Augusto Roa Bastos.
Vigilia del Almirante. 
Alfaguara. Madrid, 1992