Derek Walcott. Otra vida
En
su imprescindible colección de poesía Galaxia Gutenberg publica en una
magnífica edición bilingüe de Luis Ingelmo Otra vida, un extenso poema narrativo de Derek
Walcott que llega hoy a las librerías.
De
fondo autobiográfico y tono épico, organizado en cuatro libros -El niño dividido,
Homenaje a Gregorias, Una simple llama y El ancho mar- y veintitrés capítulos,
Walcott lo compuso a lo largo de siete años, entre abril de 1965 y abril de
1972.
La
edición bilingüe se abre con un amplio y orientador estudio introductorio en el
que Ingelmo destaca Otra vida como “un referente esencial en la vida literaria
y personal de Walcott.”
Experiencia y memoria se transforman aquí en arte y se presentan -en palabras del editor en el prólogo- “al ojo lector como un estudio filosófico –gnoseológico, principalmente, pero también estético, político y ético- envuelto en un manto épico.”
Dejo aquí, como anticipo e invitación a la lectura, las dos primeras estrofas de este monumental poema autobiográfico de quien, como señaló Wole Soyinka, fue “el corazón lírico del Caribe y uno de los más grandes poetas del siglo XX”:
Experiencia y memoria se transforman aquí en arte y se presentan -en palabras del editor en el prólogo- “al ojo lector como un estudio filosófico –gnoseológico, principalmente, pero también estético, político y ético- envuelto en un manto épico.”
Dejo aquí, como anticipo e invitación a la lectura, las dos primeras estrofas de este monumental poema autobiográfico de quien, como señaló Wole Soyinka, fue “el corazón lírico del Caribe y uno de los más grandes poetas del siglo XX”:
Verandas,
donde las páginas del mar
son
un libro que un maestro ausente dejó abierto
en
mitad de otra vida:
aquí
vuelvo a empezar,
comienzo
hasta que sea este océano
un
libro cerrado e, igual que en una bombilla,
mengüen
los filamentos de la blanca luna.
Empiezo
en el ocaso, cuando un brillo
que
contenía el clarín de unas cornetas bajó
las
lanzas de los cocoteros de la ensenada,
y
el sol, harto del imperio, declinaba.
Hipnotizaba
como un fuego sin viento,
y
al tiempo que su ámbar trepaba
los
óvalos como jarras de cerveza
del
fuerte británico sobre el promontorio,
el
cielo se emborrachaba con la luz.
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