07 septiembre 2017

He leído el Quijote americano



Querido Julio:
Te escribo impulsado por la necesidad imperiosa de compartir un entusiasmo. Acabo de leer Cien años de soledad: una crónica exaltante y triste, una prosa sin desmayo, una imaginación liberadora. Me siento nuevo después de leer este libro, como si les hubiese dado la mano a todos mis amigos. He leído el Quijote americano, un Quijote capturado entre las montañas y la selva, privado de llanuras, un Quijote enclaustrado que por eso debe inventar al mundo a partir de cuatro paredes derrumbadas. ¡Qué maravillosa recreación del universo inventado y re-inventado! ¡Qué prodigiosa imagen cervantina de la existencia convertida en discurso literario, en pasaje continuo e imperceptible de lo real a lo divino y a lo imaginario!
Pero en algún rincón debe haber un Aureliano con su cruz de cenizas en la frente que venga a protestar contra la crónica del biznieto del coronel Gerineldo Márquez, corrija los inevitables errores y proponga una nueva lectura, radical e inédita, de los pergaminos de Melquiades. Un día, querido Julio, me hablaste de la novela como mutación. Eso es Cien años de soledad: una generación y una re-generacíón infinita de las figuras que nos propone el autor, mago iniciático de un exorcismo sin fin.
Y qué sentimiento de que cada gran novela latinoamericana nos libera un poco, nos permite delimitar en la exaltación nuestro propio territorio, profundizar la creación de la lengua con la conciencia fraternal de que otros escritores en castellano están completando tu propia visión, dialogando contigo.
Esa carta entusiasta de Carlos Fuentes a Julio Cortázar después de haber leído el manuscrito de Cien años de soledad forma parte de su artículo "Para darle nombre a América."
Es uno de los textos que enmarcan la edición conmemorativa de Cien años de soledad que publicó Alfaguara hace diez años con el patrocinio de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española y que se reedita al cumplirse el cincuentenario de la novela.

El 26 de marzo de 2007 García Márquez recibió el primer ejemplar del millón que distribuyó aquella edición conmemorativa. Y en ese acto estas fueron sus primeras palabras:
Ni en el más delirante de mis sueños en los días en que escribía Cien años de soledad llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto, con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal, parecería a todas luces una locura. Hoy las academias de la lengua lo hacen con un gesto hacia una novela que ha pasado ante los ojos de cincuenta veces un millón de lectores y ante un artesano insomne como yo, que no sale de su sorpresa por todo lo que le ha sucedido. Pero no se trata de un reconocimiento a un escritor.
Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana, y por lo tanto un millón de ejemplares de Cien años de soledad no son un millón de homenajes a un escritor que hoy recibe, sonrojado, el primer libro de este tiraje descomunal. Es la demostración de que hay lectores de textos en lengua castellana esperando, hambrientos, este alimento.