22 septiembre 2017

Una biografía de Clarice Lispector


Cuando murió en 1977, Clarice Lispector era una de las figuras míticas de Brasil, la Esfinge de Río de Janeiro, una mujer que fascinó a los hombres de su país casi desde la adolescencia. «Su visión me impactó», recordaba el poeta Ferreira Gullar de su primer encuentro. «Los ojos verdes almendrados, los pómulos marcados; parecía una loba, una loba fascinante... Pensé que si la volvía a ver, me enamoraría de ella sin remedio».«Había hombres que no consiguieron olvidarme en diez años», admitió ella. «Había un poeta americano que amenazó con suicidarse porque yo no le correspondía». El traductor Gregory Rabassa recordó haberse «quedado atónito al conocer a esa persona extraña que se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf».
Hoy, en Brasil, su llamativo rostro decora sellos postales. Su nombre otorga distinción a apartamentos de lujo. Sus obras, a menudo desestimadas durante su vida por herméticas o incomprensibles, se venden en máquinas expendedoras en las estaciones de metro. Internet hierve con cientos de miles de fans, y no transcurre un mes sin que aparezca un libro que examine un aspecto u otro de su vida y su obra. Su nombre de pila basta para identificarla con los brasileños cultos, quienes, según comentó una editora española, «todos la conocían, habían estado en su casa y tenían alguna anécdota que contar sobre ella, como hacen los argentinos con Borges. O, en última instancia, fueron a su funeral».
La escritora francesa Hélène Cixous declaró que Clarice Lispector era lo que Kafka habría sido de ser mujer, o «si Rilke hubiera sido un judío brasileño nacido en Ucrania. Si Rimbaud hubiera sido madre, si hubiera alcanzado los cincuenta. Si Heidegger hubiera podido dejar de ser alemán». Los intentos para describir a esta mujer indescriptible a menudo siguen esta línea, apoyándose en superlativos, aunque los que la conocían, bien en persona o por sus libros, también insisten en que el aspecto más llamativo de su personalidad, su aura de misterio, escapa a la descripción. Cuando murió, el poeta Drummond de Andrade escribió: «Clarice procedía de un misterio / y regresó a otro».
Su aire indescifrable fascinaba y desasosegaba a todo el que la conocía. Después de su muerte, un amigo escribió que «Clarice era una extraña sobre la tierra, atravesando el mundo como si hubiera llegado a altas horas de la noche a una ciudad desconocida entre una huelga general de transporte».

Esos párrafos de Benjamin Moser forman parte de su Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector que llega estos días a las librerías editada por Siruela con traducción de Cristina Sánchez-Andrade.